31 de diciembre de 2013

Un año más

Un año más. El tiempo transcurre cada vez más deprisa. Paseo solitaria escuchando el murmullo de la gente que se apresura en coger el último autobús con destino a ninguna parte. Un coche frena en seco frente a mí. Una señal se tambalea por el viento que ruje. Un niño llora mientras su madre intenta levantarle del suelo. Vida. Pedacitos de rutina en cada vivencia. Los columpios se mecen solitarios. Tristes. Vacíos. Extrañando la risa de la infancia. A la vuelta de la esquina un papel arrugado corretea. Le persiguen mis pies. Pausada medito sobre el transcurso del calendario. En esta ocasión he descubierto algo. Y es que la única persona que consigue que merezca la pena que me despierte cada mañana eres tú. Desde que apareciste no sé qué has hecho pero me has vuelto completamente loca, y me encanta sentirme así. Cerrar los ojos y ver tu imagen tan nítida. Observarte mientras caminas. Acompasar mis pasos con los tuyos. Este año sólo puedo agradecer que toda la suerte vino en forma de persona, con tu nombre. Ese nombre que resuena,siempre, que no me canso de escuchar. Tenías que ser tú. Por supuesto. Tengo 2013 razones para agradecer al 2013 haberte puesto en mi camino. Porque me salvaste la vida con sólo una mirada. Porque tu forma de hablar me provoca ese escalofrío que me encanta. Porque detendría todos los relojes en cada abrazo. Porque sólo tú consigues calmar mi dolor. Porque cada día desde conozco ha sido tuyo. Lleva tu nombre. Porque pido un deseo y pienso en ti. Porque ya tengo escrita mi carta a los de oriente. Otro año así. Con tu presencia. De cualquier forma. Pero estando tú. Sólo así merecerá la pena. Gritos sordos reclaman un corazón que sólo late por ti. Al viento le conté que tenías que ser tú aunque nunca lo seas. Otro año pasa, y yo sigo queriéndote tanto. Echo la vista atrás y no ha habido estaciones. Sólo primavera. Mariposas disecadas en un escaparate le recuerdan a mi estómago que tu presencia sigue ahí. En mi mente. Tu ausencia se clava como alfileres en mi pecho. Lo oprime. Demasiado tiempo divagando. Inconexión. No consigo quitarme tus labios de la boca. Camino. Fumo. Marzo. Llegaste tú. Sin duda ha sido un buen año. Has sido la mejor casualidad. Lo más bonito. Tenías que ser tú. Gracias por ser tú.

29 de diciembre de 2013

...

Las calles de Londres tiemblan cuando el metro viaja bajo nuestros pies. Dejo que el aire entre suavemente por mis pulmones. Trato de sentirme algo más viva. Ya ves, hoy me siento cansada. Quizás sea este frío que impregna todo mi cuerpo. Cierro un instante los ojos para poder mirarte. Observo cada detalle de la ciudad. Te busco en cada rostro. Te busco en cada rincón. En cada resquicio de mí. Enciendo un cigarro mientras miro el río. Desde este puente mi reflejo no se aprecia con claridad. Sonrío amargamente al recordarte. Sólo puedo pensar en ti. Mis pasos resuenan entre el gentío. Aparentes imágenes de personas felices me rodean. El cansancio me domina. Mi cuerpo parece levitar. El murmullo me aturde. Me molesta. Me cansa. Todo me supera. Rebusco entre notas mentales de antaño. Tú. Siempre estás tú. Te echo de menos tanto que duele. El viento acaricia mi rostro enrojecido. Semblante serio. Mirada al frente. Serenidad. Calma. Todo gira mientras yo me freno para observarte. La ciudad se inunda de luces y sombras, y yo pensando en ti. Acrecentando mi ira suena música que me sumerje en un mundo diferente. Todo está pintado de otro color. Nuevos paisajes. Tú. Yo. Nosotras. Curioso pronombre. Ilusa albergo esperanzas infundadas que no tienen cabida en tu realidad. Y yo... yo aquí, a cientos de kilómetros de ti, pensándote. Sabiendo que no me cansaré de esperar, porque no puedo cansarme de mirarte.

17 de diciembre de 2013

Efímero

Lo efímero de sus palabras. De sus actos. De todo lo que vivo. Últimamente todo es efímero en mis días. Efímero como el humo que se disipa en este aire contaminado. Escucho pasos que se alejan. Tacones que resuenan en mis tímpanos como tambores de tribus perdidas en una selva lejana. Nómada del mundo viajo por las calles. La música me acompaña. Mi mente se transporta. Lenta. Delicada. Suave. Las hojas corretean en círculos mecidas por la brisa. Me pregunto cuánto tiempo llevo caminando como ellas, de forma circular. Vislumbro a lo lejos los raíles del ferrocarril. Mis pulmones se hinchan y se deshinchan al compás. Rugen. Se mueven. Viven. Sigo viva. Maldigo los minutos que paso sin ti. Todos y cada uno de ellos. Maldigo todo este tedio que ahora me oprime. Maldigo este teatro que es mi rutina. Me maldigo. Mi discurso cambia y doy gracias al saber que todo es efímero. Todo se termina. Antes o después. ¿Antes? ¿Después? Memorizo cada parpadeo de tus ojos. Cada gesto. Memorizo cada milésima de segundo. Te memorizo. Aunque no me hace falta hacerlo. Ni siquiera comprendo por qué tatuaste en mí todo de ti, sin yo saberlo, sin tú saberlo. Y ahora no hay forma de sacarlo. No sé cómo sacarte. Tu aroma. No hay manera de dejar de percibirlo. Por muy lejos que estés. ¿Acaso no es eso magia? ¿Qué es sino? Inquieta trato de frenar mis pasos. No sé si es locura. No comprendo muy bien qué es. Tal vez sea amor. Ya no lo sé. Tú. No veo más allá de ti. Lo eclipsas todo. Hasta el frío. Creas un mundo paralelo a este. Más amable. Más cercano. Mejor. Pero no es real. Es una ensoñación. Otra más. Estás en todas partes. En mi realidad y en mi fantasía. Y no quiero que dejes de estarlo. Tal vez eso sea lo peor. Que quiero que seas tú. Que estés tú. Que por primera vez algo no sea efímero.

13 de diciembre de 2013

Hoy

Me despierto temprano. Demasiado para lo que suele ser habitual. Todavía no ha amanecido. Observo por la ventana y la calle está desierta. Los árboles se mecen al son del viento. Fuera debe hacer frío. Por un momento me alegro de estar aquí adentro, tras el cristal. Me siento en la cama, tapada hasta la barbilla y cierro los ojos. Tu imagen sigue tan nítida como siempre. Tu fotografía entre mis dedos. Repaso tu rostro. Me gustaría tanto abrazarte hoy. Resguardarme de esta brisa que hace en la habitación. El rocío de la mañana empapa la ventana. Dibujo un corazón. Una sonrisa. La que tú siempre me regalas, la que pusiste en mí. Me levanto y me dirijo a la ducha. Necesito revivir. Aún estoy algo aturdida. Anoche me costó demasiado conciliar el sueño. Abro el grifo. Dejo correr el agua un rato y después impregno todo mi cuerpo. Me transporto. Viajo. Al poco tiempo regreso. Qué malo es regresar. Cuesta tanto a veces. En la calle piso las hojas caídas. Siento como mis pies buscan algo de sentido. Como voy poco a poco trazando líneas rectas. Me consumo entre sonidos y melodías semiarmónicas. El rugir de los coches me rescata de mi letargo. Me pongo a correr sin rumbo, calle a calle. Sin timón. Sin destino. Me gustaría ir a buscarte. Chocarme contigo en una esquina cualquiera. Tropezar contigo y que fueses de nuevo la mejor de las casualidades. No despertar sabiendo que sólo estás en mis sueños. Tú. Imperfectamente perfecta. Releo todo lo que me gusta de ti. Escribo de nuevo cuántas cosas más me gustan de ti. Hoy es un día especial, hoy es el día. Tu día. Y salir a la calle y escuchar tu voz es lo más bonito que me podía pasar este día. Por eso ya tengo la sonrisa puesta. Por eso soy feliz. Porque tú existes. Gracias. Y feliz cumpleaños.

2 de diciembre de 2013

Tenías que ser tú...

Fumo. Calada tras calada. Últimamente es lo único que me hace sentirme viva. Me invade un breve pero intenso sentimiento de culpa. La culpa parece desvanecerse entremezclada con el humo denso del cigarro. Un coche acelera en la esquina. El frío me acompaña mientras camino lentamente hacía un destino algo incierto. No sé si tengo claro hacia dónde voy. Empiezo a pensar que lo de divagar no se me da del todo bien. Frases inconexas se dibujan en la pantalla de mi ordenador. Tendré que ordenarlo todo y darle sentido. Demasiadas cosas por hacer y poco tiempo. Escucho a lo lejos la melodía de una canción que una vez me hizo soñar. Pienso. Me detengo un instante. Reanudo mis pasos haciéndolos sonar. Tarareo una canción. La sensación de vacío me llena. Sonrío. Tu imagen en mi mente. Vuelvo a sonreír. Río. Te miro. Vuelvo a hacerlo. No estás pero te veo. Ojalá estuvieras aquí. Recuerdo las palabras de anoche. Nadie me había dicho antes eso. Y yo pensando en ti. Viéndote a ti. Sonriendo por ti, L. Tenías que ser tú. Quiero que seas tú. Ojalá fueses tú. Te observo. Me distraigo entre tus detalles. Te analizo. Tú. Esa belleza tan tuya. Mirada ardiente y serena. Sonrisa preciosa. Tú. Tenías que ser tú. Cada vez paso menos tiempo contigo y más tiempo con tu recuerdo. Duele. Te extraño. Temo perder esa nitidez de ahora. Vuelvo a verte de nuevo, en mis pensamientos. Ahí nunca dejarás de estar. Tenías que ser tú. Nadie más. Busco y rebusco. Y no hallo la forma de no encontrarte a cada paso que doy. Resquicios de ti y de tu presencia siguen ahí, enrolados en mis días, en mis noches. Tenías que ser tú. Y lo peor de todo es que me encanta que seas tú. Verte sin verte. Sin que estés. No imagino nada más bello. Mis dedos acariciando ahora el teclado en busca de las palabras adecuadas que describan tu ausencia. La sinrazón de no verte, no escuchar tu risa, tu voz... Un día más. La rutina sigue presente golpeando la puerta. Despierto aturdida. El sudor recorre con suavidad mi columna. Bajo la ducha el chorro de agua caliente me transporta a un mundo distinto. Quisiera poder hacerlo real. Quedarme allí y no tener que regresar cuando el grifo se detenga. Salgo empapada y observo a esa extraña en el espejo. Hace tiempo que no sé quién soy. En mis ojos me busco y me reconozco. Sonrío al verme. Por primera vez. Como cuando ves a alguien conocido en medio de una ciudad nueva. Me visto despacio. Recorriendo palmo a palmo mi cuerpo. Reconociéndome. Reencontrándome conmigo de nuevo. Busco un ápice de ti en cada rincón. Mi mirada te busca con la esperanza de encontrarte, pero no estás. Desayuno tibio con palabras huecas. Un cruel sentimiento de tristeza me invade. Pero no consigo llorar. Necesito sacar de dentro este dolor. Rabia contenida. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo sacar de mí todo lo que queda de ti? Me da miedo perder ese rescoldo que me queda. Ahora es mi sustento. El sol se instala en mis ojos y dilata mis pupilas. Entrecierro los ojos para protegerlos, ¿cómo protegerme de mis propias dagas? Indago en el móvil, huellas de tu presencia. Un mensaje. Sonrío. Camino lentamente mientras enciendo un Marlboro. Subo al coche y acelero. No quiero sentir nada. Solo el aire azotando la ventana. Música a medio volumen. Acelero. Inspiro. Saco aire mezclado con humo. Freno. El semáforo está en rojo. Verde. Acelero. Humo. Aparco serenamente mientras tarareo Heaven. Camino de nuevo. Otro cigarro. Me encuentro con ellas. Nos sentamos mirando a los ojos a los rayos de sol. Viento del norte. Charlas y risas. Nada nuevo. Ni rastro de ti. Yo solo puedo imaginarte. Tenerte aunque sea fantaseando en mi mundo paralelo. Estos sueños que se tienen cuando se está despierto. Cuando se es consciente de la ausencia pero aun así, se desea la presencia de alguien. Me gustaría dejar huella. Sentir que mi presencia ha sido importante para alguna persona. Es una sensación extraña. Como cuando tomas un café más amargo de lo normal. Pero me gustaría irme sabiendo que he sido especial en algún momento. Ser consciente de que, cuando no esté, una persona podrá decir “ella fue distinta, y me hizo sentir bien por…”, dejar una huella positiva y alegre en la vida de un ser humano. Creo que es una meta que todos pretendemos alcanzar. Es la dicha de haber vivido. O al menos de haber hecho vivir al resto. De haber conseguido hacer sentir. Miro el reloj. Las horas van pasando como las hojas que van huyendo del frío. Me detengo en medio de la nada y pienso qué hubiese pasado si no te conociera. Todo sería tan distinto ahora. Supongo que no habría crecido. Me gusta lo que soy hoy. Gracias a ti. A todo lo que me has enseñado. A esos pedacitos de vida que me has ido dando con tu presencia. Con tu ausencia. Con cada palabra. Cada gesto. Tú. Tenías que ser tú. Ignoras del todo lo que puedo llegar a sentir por ti. Lo que puedo llegar a echarte de menos. Hasta los gorriones parecen trinar menos desde que te fuiste. La biblioteca grita que regreses con el crujir del suelo mientras camino en busca de un resquicio de ti. Los pasillos llevan tu nombre. Los azulejos tus huellas. No sé si recordarás algo de aquello. Aún hoy no he logrado olvidarlo. Sé que debería hacerlo, pero no puedo. Mi corazón es tuyo. Tenías que ser tú. A veces me siento una intrusa en mi propia historia. Viviendo algo que no me pertenece. Quisiera con todas mis fuerzas tenerte a mi lado y demostrarte que puedo, que sabría hacerte feliz. O tal vez no. Posiblemente no. No es éste tu mundo. Tú buscas otra cosa. Eres demasiado buena para mí. Mereces más. Mucho más. Me frustra la idea de saber que todo lo que siento nunca será suficiente para ti. Que buscas otra cosa. Estaré siempre ahí, a la sombra, cuidando de ti como las aves cuidan a sus crías cuando vuelan lento y bajo, te observaré volar y si caes, te levantaré, como hacen los amigos. Y así seguiré, enamorada de ti, en silencio, sonriendo, observándote volar.