17 de diciembre de 2014

Acuérdate de vivir

Los días pasan. Uno tras otro. Como quién lee un libro con interés. Divertido de saber más a cada frase que va saboreando. Instantes efímeros que duran poco o mucho tiempo. Cada uno decide cuánto puede durar un instante. Ni mucho ni poco. Solamente lo que esperas de él, lo que sientes, lo que haces sentir, lo que aprendes, lo que vives. Tantas veces nos hemos sentido vacíos sin comprender que, verdaderamente, estamos al completo de tanto que sentimos. Solo aquel que nada siente ha perdido la batalla. Absolutamente todo nos provoca una reacción. Ya sea tristeza o alegría, confusión o desasosiego. Pero lo sientes. Lo percibes como algo positivo o negativo que va mermando o aumentando las ganas. De cada uno depende quedarse con una parte o la otra. Hace un tiempo descubrí que todo se resume en las personas que nos rodean. En sus enseñanzas, en sus historias, en su cotidianidad. Somos diferentes y parecidos. Sufrimos y somos felices. Pero somos, a fin de cuentas, miles de nadas que buscan un todo. Llega el final de un año y en cuestión de segundos dará comienzo una etapa nueva, o igual a la anterior pero con matices. Es una espiral de emociones que se agolpan en cada uno de nosotros y nos da aliento para continuar. Lo mejor de vivir es ser consciente de que vives. Y también entender que el final llegará en algún momento. Nuestro problema es que tememos tanto ese final que nos olvidamos de exprimir cada hora, cada minuto que va pasando. Y después lamentamos no haber vivido. "Memento vivere" decían los antiguos, "carpe diem", bonitas filosofías que a casi todos nos encanta presumir, pero que, en nuestro fuero interno, jamás llevamos a cabo. Si pasásemos más tiempo sintiendo cada latido como si efectivamente nos fuera la vida en ello, posiblemente entonces dejaríamos de adentrarnos en vidas ajenas, de lamentar pérdidas que no son tales, de valorar las cosas sólo cuando ya se han ido. Es una lástima que perdamos entre andenes el verdadero viaje, que entre suspiros nos quedemos con las ganas de besar, de abrazar, de hablar. No siempre existe una segunda oportunidad, aunque nunca sea tarde para volver a nacer y regalarnos la posibilidad de ser realmente felices. Yo he decidido vivir, sin más preámbulos, sin vaguedades, sin dobleces. Porque a mi alrededor tengo un sinfín de instantes que saborear, que reír, que llorar, que sentir. Porque el mundo puede ser como yo quiera que sea. Y si no me gusta, construyo un nuevo amanecer con otros colores. Porque no importa si hace frío, llueve o el sol quema la piel, lo que importa es si estoy dispuesta a caminar bajo la lluvia o a tostarme en la azotea de un edificio cualquiera.

27 de noviembre de 2014

Brilla, pequeña

La vida te quita y te da, te enseña y te reprende. Es de esos caminos de ida y vuelta, donde a veces te sientes tan perdido que no sabes cómo continuar. Qué rumbo podría ser el adecuado. Existen personas que no ves a menudo, personas que aunque no ven su propia luz, la tienen. Ella era una de esas personas. Que te sacan una sonrisa con cualquier ocurrencia. Que te regalan su tiempo sin importar nada. Que en los peores momentos sabe estar a la altura. Inocente y cálida. Con una mirada que gritaba la necesidad de cariño que siempre había tenido. Con el baile por bandera y canciones de ayer y hoy como banda sonora. Ella era distinta en muchos aspectos. La vida no comprendió su fuerza, y la utilizó de manera errónea. Tuvo éxitos y fracasos, risas y lágrimas. Tuvo amigos que ahora la recuerdan con la alegría que desprendía por cada poro de su piel. Tuvo amores que la hicieron feliz, y desamores que clavaron espinas en su alma. Tuvo vida, hasta el último minuto. No entendía el mundo que la rodeaba, no supo leer en él que le esperaba. Ahora tiene un nuevo comienzo. El inicio de algo que anhelaba. Con oportunidades que no le brindaron estos días. Con la luz que siempre nos iluminará desde allá arriba. Ahora es la estrella que una vez soñó ser. La más brillante. La más sonriente. Aquella que miraremos cuando necesitemos aliento para continuar. Aquella que protegerá nuestros pasos. Aquella que nos sonreirá y nos dará el calor de un abrazo. Las lágrimas del hoy no nos impedirán reír mañana recopilando tus fotografías. Aunque nos quede ese regusto amargo al no poder haberte dicho tantas cosas. Compañera, amiga. Siempre permanecerá con nosotras la ilusión en tus ojos. No se pierde aquello que no se olvida, por eso serás eterna. Gracias por tantas cosas.

1 de noviembre de 2014

Hoy

Si la felicidad existe, debe ser muy parecida a lo que estoy viviendo. Saber que sonríes, que sueñas, que vives. Y de vez en cuando despertar cerca de ti. No imagino un cielo mejor. Saber que somos libres de estar juntas y separadas. Que la vida es algo por lo que divertirse y sacar la risa del cajón. Saber que no existen ataduras, ni problemas, ni mal rollo. Simplemente sentir cada minuto y aprovecharlo, disfrutarlo. Saber que la amistad siempre estará ahí, que la pasión de cuando en cuando viene de visita y la vivimos son los ojos cerrados, y abiertos. La vida no está hecha para atarse a nadie, sino para quererlo libre y sentirte feliz sabiendo que tú también lo eres. A menudo tendemos a ponerle nombre a todo. A definir las relaciones como algo que requiere un compromiso en firme. Y no es así. Nadie pertenece a nadie. Todos podemos ser lo que queramos ser. Una comunidad de amigos, en la que la confianza nos lleva de la mano. Donde hablar es fácil, y reírse todavía más. Sé que te quiero libre, y me quiero libre. Con tus cosas, con las mías, con las nuestras. Hay momentos para todo. Menos para las preocupaciones por algo que no necesita ser pensado. Pensamos más de la cuenta, en lugar de sentir y disfrutar el minuto que nos ocupa. Me he pasado la vida dando vueltas a lo que vendrá, sin comprender que lo importante es el ahora, el hoy. Creo que ha llegado la hora de vivir. De soñar. De estar alegre sabiendo que lo mejor aún está por llegar. Ahora te tengo a ti, no importa de qué manera, y sobre todo, me tengo a mí. Y tengo a mi alrededor todo aquello que siempre quise. ¿Qué más puedo pedir? Dejemos que todo ocurra, démosle una oportunidad al mundo. Con la sonrisa por bandera.

29 de octubre de 2014

Confesiones

Confesaré que te echo de menos. Que duele el frío. Que duele la distancia entre las dos. Salir del paso mirando a otro lado fingiendo que no me muero de ganas por besarte. Correr detrás de ti sin que me veas. Recoger mis pedazos mientras me pierdo entre tu sonrisa. Dejar las luces encendidas para que veas el camino,  por si te da por regresar una tarde cualquiera. Fumar y buscarte entre el humo. Abrir los ojos para saber dónde encontrarte de nuevo. Frecuentar sitios a los que podrías ir. Llorar este hielo que llevo dentro. Para en seco ante los portales que conservan nuestros aromas.

28 de octubre de 2014

Insomnio

Noche en vela. Antes no dormía porque la realidad era mejor que el sueño. Ahora es porque te estoy echando de menos con todas mis fuerzas. Recordando aquellos tiempos en que nos perdíamos entre el ruido en una casa plagada de miedo. Insomnio de no verte. De tratar de aceptar que te vas. Que te has ido.
¿Sabes? Nunca he querido como te quiero. Y nunca me han querido como tú. Es curioso. Pensar cómo era hace algún tiempo. Cuando todavía éramos extranos que deseaban saber algo más el uno del otro. Cuando el mar nos aguardaba impaciente. Y así fue sucediendo.  Donde el verde y el azul se mezclan. Donde se pintan las fachadas de un blanco roto. Donde el suelo tiembla. Donde los rayos de sol nos tibian la piel. Allí descubrí que habías conseguido hacerme mejor persona. Donde los balcones ventilaban las ropas de ayer. Donde se desordenó la cama entre caricias de ida y vuelta. Allí te vi y me encontré. Entre tus sonrisas. Entre tu cabello suelto al viento. Entre tus brazos. Allí quise formar un hogar para dos.
Y ahora se esfumó. Partió como los barcos zarpan en busca de una tierra nueva. Ahora me alimento de ti en mi recuerdo. Pensando en lo que pudo haber sido. En lo que no te he dicho todavía. En los besos que te guardo. En los abrazos que se han quedado sin dar. En las miradas que son para el espejo porque no puedo dedicarte. En las películas que no veré contigo. En los paseos. En los viajes. En la magia que aún queda en mí. En los vuelos entre cuatro paredes. Insomnio cruel que me impide soñar con tu regreso.

20 de octubre de 2014

Todo y nada

Todo y nada. Eso somos a veces. Un día me dijeron qué me aportaba estar presa en mi cárcel de pensamientos en espiral. Echo la vista atrás y me recuerdo ahí, sola. Con una multitud rodeando mi torpe existencia, viéndome caer, perder, ganar y volver a perder. Subida en lo alto del precipicio. Mirando hacia abajo. Deseando saltar y que todo se esfumase. Pero no solo se marcharía lo malo. También lo bueno se pierde si te vas. Se pierden las sonrisas de aquellos que creían en ti. Se pierden los abrazos que llenan tu cuerpo de calor y vida. Se pierden las cosquillas a media tarde. Se pierden las miradas de admiración de la gente que sueña verte feliz. Se pierden los besos. Se pierden las palabras de ánimo. Se pierden los momentos bajo la lluvia riendo a carcajadas. Se pierden las noches con los zapatos en la mano. Se pierde el aroma a tierra mojada. Se pierde el cariño de tus mascotas. Se pierden los proyectos de futuro. Se pierde el ver crecer a los tuyos. Se pierde el madurar sabiendo que eres tú quién toma las riendas de todo. Se pierden las películas. Se pierden los suspiros. Se pierde conocer el amor que te despierta los latidos. Se pierde la música. Se pierde el baile. Se pierden los cafés con amigos. Se pierden las charlas a medianoche. Lo pierdes todo. Tal vez por eso me di cuenta de que valía la pena dejarte atrás. A ti y todo lo que me hacías sentir. Soledad y desamparo. Mareos y náuseas. Control y descontrol. Inseguridad disfrazada de seguridad. ¿Qué puede quedar en mí de ti? Si me robaste años enteros sollozando en una esquina. Me robaste la risa. Me robaste las caricias. Me dejaste inmóvil. Ni siquiera dejaba que me tocasen otras manos. Incluso yo misma dejé de mirarme por ti. Me robaste mi silueta, mis ojos, mis labios. Me robaste el verme y poder saber que era yo. Me escondiste tras tu sombra y me dejaste sola. Te fuiste cuando creí que contigo todo sería mejor. Me enseñaste el infierno de cerca y abandonaste mi alma entre mármoles fríos y sedientos de mis restos. Dejaste a mi familia envuelta en tus sudores. Dejaste a mi madre llorando de noche. Y a mis amigos con la preocupación y la incertidumbre de saber si volvería a ser yo. Me embaucaste y te creí. Me robaste el sueño. Lo convertiste en pesadillas cargadas de comida y básculas. Te creí cuando decías que no se me iría de las manos. Y me llevaste hasta la cuerda floja. Y allí vi lo que nunca quise ver. Parece sencillo, ¿verdad? Pero no lo es. Verte ahí, entre el aquí y el allí, escuchando llorar a cada persona que entraba y te veía. Leyendo en sus ojos el desasosiego y la tristeza. Por eso te dejo ir. Me conocí el día que comprendí que valía más que tú. Más que lo que tenías para mí. Más que tus idas y venidas. Más que tus dolores de estómago al caer el sol. Ahora puedo caminar sin miedo, puedo abrazar, puedo besar. Y sobre todo, puedo comer sin sentirme culpable por ti. Puedo sonreír de veras, como nunca lo había hecho. Puedo querer, puedo vivir. Ya no te quiero aquí. He descubierto algo mejor que tú. Y merece la pena.

15 de octubre de 2014

Si me quedo

Si me quedo, es para que me digas que no me vaya. Es para que tu risa sea mi banda sonora. Para que tus caricias revivan mi cuerpo dormido. Si me quedo, es para que tu aliento en mi nuca siga produciéndome escalofríos. Es para que las canciones sigan hablando de ti, de mí, de las dos. Si me quedo, es para mirarte mientras no ves que lo hago, para contar los lunares que pueblan tu piel. Para esbozar sonrisas que tatuaré. Si me quedo, es para que la lluvia no sea un impedimento, para que me beses mientras nos empapa y nos sorprende una carcajada. Si me quedo, es para que deje de quemar el fuego de tu ausencia cuando no logro verte. Para que tus pupilas encajen con las mías con esa perfección tan mágica. Si me quedo, es para que los sueños tengan sabor a miel. Para que tus manos nunca se sientan solas. Si me quedo, es para que encuentres siempre el camino de regreso hasta mi puerta. Para que me seduzcas sin saberlo. Para que tus defectos sean simples imperfecciones que te hacen única. Si me quedo, es para que confíes que no me iré si no me lo pides. Para que siga fluyendo la química instantánea que me hizo lanzarme a tu abismo. Si me quedo, es para demostrarte que no todo sale mal, que aún queda la esperanza. Para que te pierdas encontrándome a cada paso. Si me quedo, es para que tus susurros me griten al oído que me quieres tanto como yo a ti. Para que las palabras se queden cortas y los hechos hagan los días increíblemente bonitos. Si me quedo, es para llenar de ternura cada batalla. Para que los recuerdos malos dejen de atormentar tu sueño. Para pintarte con acuarelas lugares donde siempre quisiste ir. Si me quedo, es para que veas que es real, que lo que digo y lo que hago no lo haría por nadie que no se llamase como tú. Para que la alegría se instale entre tus paredes y el sol no deje de brillar. Si me quedo, es porque te quiero como nunca quise antes. Si me quedo, es porque creo en ti, en mí, en ese nosotras que me incita a construir un amor que, además de sentirse, puede disfrutarse. Si me quedo, es porque mi vida ya lleva tu nombre.

9 de octubre de 2014

La espina y la flor

Las espinas son fuertes a simple vista. Parecen estar hechas para no sentir, para doler. Pero no todas son iguales. Viven encadenadas a una flor. La más bella del jardín. Se pasan los días observando el paisaje. Apreciando el aroma que emana de cada pequeño brote de vida. Se alimentan de recuerdos, de imágenes, de despojos. Nadie comprende que sin ellas no habría flores. Ni jardines. Que la naturaleza las creó para proteger a su bella flor. Una vez conocí de cerca a una espina. Era sombría y discreta. Tenía la tez pálida y la mirada cargada de incertidumbre. Pese a su apariencia fuerte, escondía un corazón humilde y sencillo, plagado de amor que regalar a su hermosa flor. Pero la flor tenía un mundo distinto del suyo, esperaba a que su jardinero un buen día la cortase y así adornar un hogar, inundarlo de colores, de aromas frescos. La espina se enamoró de su flor. Se enamoró como lo hacen los adolescentes, ansiaba que su compañera un buen día le profesase un amor como el que ella sentía. Pero las flores no están hechas para enamorarse de las espinas. Ellas son hermosas y aventureras, siempre quieren más, esperan más. Y la espina lloraba desde su tallo, viendo como su amada buscaba lo que ella podía darle, pero no veía a la espina, solo veía el jardín y a su jardinero. Y es que, cuando la espina se enamora de la flor, siempre se queda sola. Viendo cómo ella se marcha, hermosa y radiante. Porque las espinas nacieron para ser rechazadas. Para quedarse quietas viendo brotar un jardín frondoso. Para enamorarse perdidamente sabiendo que jamás las querrán a ellas. Puede que algún día, quizás dentro de muchos años, sea la flor la que extrañe a su pequeña y delicada espina.

5 de octubre de 2014

Temblar

Temblar. De frío. De rabia. De ganas. Temblar. Salir de pronto, una tarde cualquiera, y verlo claro. Es ella. Eres tú. Somos. Seremos aire. Seremos la magia que hace que las cosas fluyan. Seremos amor. Seremos risas. Seremos eso que todos envidian. Seremos sueños. Seremos capaces de hacer cualquier cosa. Seremos lluvia. Seremos sudor. Temblar. Mirar tu cuerpo y temblar. De frío. De ganas. Caminar y no mirar el camino andado. Caminar y que nuestros pasos resuenen en la lejanía. Reír. Tomar aire y reír. De todo y de nada, solamente reír. Besar. Hasta que no exista miedo. Hasta que el tiempo se detenga. Besar. Mirarte y sonreír. Acariciar tu cuerpo como las cuerdas de una guitarra. Temblar. De frío. De ganas. Temblar. Querer. Cada palmo de ti. Cada detalle. Cada lunar. Cada cicatriz. Querer. Buscar una vida. Contigo. En un rincón. En un trozo de mar. Entre las estrellas. En un papel. Buscar. Compartir todo. O algunas cosas, pero compartir. Entrelazar las manos. Temblar. De frío. De ganas. De ti.

2 de octubre de 2014

Viaje de palabras

La realidad te mira de frente. Tratas de pisar sobre la tierra firme. Sin tambalear. Sin parpadear. Sin descanso. Te abruma la vida. Te aterra lo que ves. No sabes si plantar cara o arrodillarte. Si quedarte o salir corriendo. La certeza de sentir. De acostumbrarte al dolor. Al llanto. Al caos. Al miedo. Te relajas un instante y tomas aire. Abres la ventana. Ahí sigue un mundo dormido. Pestañeas. Tus ojos ven más allá de todo. La sientes lejos. En una burbuja que no te incluye. Te gustaría poder abrazarla. Pero estás inmóvil. La miras y la ves. La reconoces. La conoces. ¿Ella te ve? Saltar. Jugársela. Un tren se desvía. Se pierde a lo lejos. Se ha ido. El silencio te enseña. El calor te llama. Buscas el norte. O el sur. Cualquier lugar es bueno. Tú. Tu hogar no existe. Nómada del mundo. No hay sitio para mí. Tu vida no me incluye. La tierra se ha quedado pequeña. Habitas aquí. Allí. ¿dónde estás? La nada es lo único que posees. Sentirse sola. Con tanto alrededor. Sola ante la multitud. Sola ante tus pensamientos. Sola. Cruel destino incierto. Futuro imperfecto. Pasado simple. Presente pasivo. No me ves. Estoy aquí. Ahí. Ahora. Estoy. Estuve. Estaré. Vuelan entre los días aves que no regresan. Vuelas. No tengo altura suficiente. No llego. Ofrezco vida a domicilio. Abrazos que abrigan. Besos que sacian la sed. No llego. Juegas a ser feliz. Barcos naufragados. Varados en la orilla. Sorpresas imprevistas. Calor. Extrañar. Extrañarte. Equilibrio. Certezas de amor tatuadas.

1 de septiembre de 2014

Subir y bajar

Vamos por la vida subiendo y bajando peldaños. Caminando sin rumbo o con una dirección que parece cierta, hasta que de pronto algo o alguien nos hace comprender que no era la senda que mejor nos dirigía hacia el lugar al que queríamos llegar. A menudo nos dejamos llevar por corrientes que no son las que deberían. Y sin más cerramos los ojos para no ver lo que nos depara al otro lado. Vamos coleccionando derrotas, construyendo proyectos que dejamos sin terminar porque no nos satisfacen realmente. Planeando futuros que sabemos de antemano que no tienen un lugar. Y caemos. Caemos por la escalera de la tristeza. Viendo nuestro objetivo ahí arriba, casi a punto de ser alcanzado, y nosotros allí, en el suelo, maldiciendo a nuestros pies por haber tropezado, a nuestros zapatos, a nuestros cordones por estar desatados. Cuando la realidad es que nuestra cabeza es la culpable de la caída. Es ella la que ha conseguido que no lleguemos a la meta, que a mitad de camino pisemos el escalón equivocado. Y nos pasamos horas y horas pensando por qué lo hicimos, por qué no pudimos subir, en lugar de tomar impulso y volver a intentarlo. Y así va corriendo el tiempo. Mientras seguimos tendidos y nuestro objetivo se difumina en lo alto de la escalera. ¿Por qué no dejamos de mirar hacia ese pasado? Ya no importa lo que no hicimos, o lo incorrecto que fue aquello que sucedió para hacernos caer. En cambio está en nuestra mano el día de mañana, y el siguiente. Ayer ya está tachado de nuestro calendario. Se esfumó, se ha ido. Lo demás, está por venir. Es nuestro. Y depende de nosotros aprovecharlo, o dejarlo pasar de largo.

14 de agosto de 2014

La vida

Subir. Bajar. Quedarse quieto. Existen infinidad de posibilidades. La vida nos muestra una amplia gama de colores a los que atenernos a lo largo de su transcurso. Puede ser más o menos largo. Pero al menos es lo poco que sabemos nuestro. Pueden quitárnosla sin que nos demos cuenta, de pronto una mañana alguien viene, nos da un golpe casi imperceptible y todo ha terminado para nosotros. Ya no queda nada por hacer. Se terminaron los sueños, las inquietudes y las ilusiones por el devenir. Infinidad de veces no valoramos lo que efímera que resulta, lo delicada que es. Y es que un simple tropiezo, un error torpe puede hacer que todo se quiebre sin más, sin que nos de la oportunidad de volver atrás en el tiempo y recuperar ese momento en que pensábamos que estábamos cansados de ella. Qué sencillo parece decirlo y qué poco conscientes somos de lo que significa, ¿verdad? La vida es algo que no volverá jamás. No la recuperaremos. Y la malgastamos sin darnos cuenta con personas que nos hacen sentirnos vacíos por dentro, o con cosas que realmente no nos satisfacen, cuando podríamos estar riendo con nuestro mejor amigo en la cafetería que más nos gusta, o mirando dormir a nuestra hermana, o acariciando a nuestra mascota, o escuchando el sonido del mar al caer la tarde, o sintiendo la brisa acariciar nuestro rostro en una montaña perdida, o nadando entre delfines en compañía de alguien que nos hace sentirnos realmente amados. Pequeños detalles que nos hacen sentir que el tiempo no se pierde sino que se invierte. Que se atesora en forma de recuerdos de esos que nos sacan una sonrisa inmensa en los instantes en que más los necesitamos. Es ahí cuando verdaderamente estamos aprovechando esta carrera contrarreloj que es la vida. Es ahí cuando dejamos de pensar que estamos aquí de paso y que estamos cansados. Es ahí cuando merece la pena cualquier desvelo. Porque la vida, la vida no está hecha para infravalorarla ni para dejarla pasar entre pensamientos vagos, porque cuando alguien muere, siempre lamentamos su pérdida y nos da un pinchazo el corazón por su partida, sin embargo a los pocos minutos nosotros mismos, lejos de reflexionar acerca de qué estamos haciendo para que nuestro tiempo aquí no sea algo insignificante, nos adentramos en mediocridad, costumbre y rutinas. Sintiéndonos torpemente infelices e insatisfechos por nuestra suerte. Sin mover un dedo por mejorar nuestra cotidianidad. Y no es cuestión de dinero, la vida no es eso. recordad que el peón y el rey duermen en la misma caja antes y después de comenzar la partida de ajedrez. Porque la riqueza no mide la satisfacción interna ni emocional de nadie. Cantidad de estrellas con la cartera llena han cortado de raíz su tiempo aquí, y ahora nos miran desde el otro lado, tal vez sea cierto que corrompe, que merma, que no soluciona una carencia. No va a abrigarte si tienes frío una noche de invierno,podrás comprar una manta, pero la soledad es más fría todavía, en cambio, tal vez un amigo sí lo haga, o alguien que te quiera de verdad. Y el cariño da más que un billete, que una cuenta corriente. Llamadme ingenua. Pero aún creo que la salvación de una vida, para que realmente estemos emocionalmente cuerdos, es estar cerca de una persona que nos haga sentirnos especiales, que nos abrace en una noche bajo las estrellas, que nos escuche cuando no sepamos a quién acudir. La vida puede ser maravillosa si logras rodearte de personas que saquen de ti, y tú de ellos, lo mejor que tienes. Sólo así el tiempo invertido día a día habrá merecido la pena.

8 de agosto de 2014

Tú, solamente tú

Es esta incertidumbre la que no me deja dormir. La que me lleva a irme y volver cada día. El no saber si leerás ésto. Si sabrás siquiera que cada letra es para ti. Desde hace tanto tiempo... Un veinte de junio te vi llegar, eras tan dulce, tan indefensa, tan asustada que daban ganas de abrazarte y no soltarte más. Era jueves, lo recuerdo, un jueves que cambió mi vida. Te vi venir y las dudas se marcharon, nunca busqué a nadie, y te encontré sin quererlo. Me lo negué tantas veces. Y te mentí otras tantas ocultando que realmente eras tú. Nunca fuiste como el resto, emanabas algo distinto. Me acercaba a ti y me refugiaba sin quererlo, me aferraba, te contaba cosas que nadie más supo, que nadie más sabe. He cometido tantos errores contigo... tantos que me encantaría cruzarme contigo ahora, y empezar de nuevo, siendo tú y yo, y demostrarte que puedo, que sé, que te quiero, que eres tú y que lucharía contra todo y contra todos por lo que siento, por esperarte el tiempo que fuese necesario. Demasiado empalagosas, ¿verdad? aquellas paredes fueron testigos mudos de demasiadas cosas, y mi almohada podría contarte tantas cosas... y mi diario podría explicar a la perfección lo que sentía cada minuto, tal vez algún día te lo entregue, como te di mi corazón desde aquel día, para que leas cómo me fui enamorando de ti, sin apenas darme cuenta, sin querer evitarlo y sin que tú lo supieras, haciéndote creer que mis palabras eran para otra persona cuando llevaban tu nombre. Pero no me crees y no te culpo, y el miedo te paraliza y lo comprendo, y mientras sigo forjando un plan perfecto para que sepas que daría por ti lo que jamás di por nadie, porque mereces la pena y quiero quererte hasta volverme loca, quiero besarte hasta que dejes de saber a miel, quiero que sonrías todo el día y duermas con una mueca de felicidad constante. Quiero que tus días sean mejores uno tras otro. Quiero que lo que viene sea mejor de lo que ya fue. Y si tengo que irme porque no te gusta lo que ves, me iré, no importa, quiero que seas la persona más feliz del mundo. Quiero que seas tú siempre, que se cumplan tus sueños. Te quiero a ti, solamente a ti, pequeña. Y si me quedo con las ganas, me tatuaré el infinito que un día me regalaste. Y recordaré siempre que no podré querer a nadie como te quiero a ti, y que no olvidaré que nadie me acariciará la nuca como lo hacías tú.

31 de julio de 2014

Por si algún día...

Infinidad de veces la imaginación llega más allá de lo que podemos llegar nosotros. Creemos tener cosas que no alcanzaremos a tocar. Que no serán nuestras de manera tangible. Pero preferimos continuar en nuestras ensoñaciones absurdas, fantaseando con historias que sabemos de antemano que quedarán en nuestra mente, en ese rincón denominado recuerdo, y que te atormentarán al menos una vez al día para hacerte ver que no fuiste capaz de lograrlo, que pese a todos tus esfuerzos ella se marchó y no regresó, no regresará. Por si algún día te acuerdas, por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando huellas en cada uno de los rincones en los que nos vimos, para que no me olvides. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando mi aroma en botellas de cristal, escondidas entre los parques en los que abrazas nos contamos mil historias de esas que siempre terminaban bien. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando besos bajo los portales, para que te resguarden las tardes de lluvia y te refresquen los días de sol. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando caricias entre las paredes que convertimos en colchones, para que el tacto de tu piel siga tan suave como hasta ahora. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando papeles con mi nombre y algunos versos de esos que un día leíste, para que sonrías y yo inmortalice de nuevo la belleza de tu imagen. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando piedras azules, para que las compongas y formes un cielo azul que nos cubra y logremos en algún momento compartirlo. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando suspiros entre el viento, para que los respires y te den el aliento necesario para no decaer nunca. Por si algún día te da por venir y buscarme, iré dejando trozos de mi, para que no me pierdas del todo, para que siempre quede algo.

27 de julio de 2014

Quid pro quo

Me gusta este espacio. No es un diario, porque no suelo escribir a diario, puede considerarse un cajón desastre donde lanzo ideas que surgen de manera espontánea. Supongo que siempre viene bien encontrar un lugar en el que poder hablar contigo misma, reencontrarte con recuerdos ya pasados o reinventar historias que te gustaría volver a vivir. Tiene gracia como una conversación puede remover tu pensamiento, puede conseguir que lo que a priori era una noche tranquila se convierta en un sinfín de vueltas sin conciliar el sueño. Te levantas de la cama y piensas que tu vida puede ser algo francamente importante si te esfuerzas un poco más. Sólo un poco más. El aroma del café recién hecho revive mis sentidos. Me activa. Me impulsa a conocerme, a saber hasta dónde puedo llegar. Porque sé que soy lo suficientemente capaz de hacer algo bueno si me lo propongo. Es cuestión de intentarlo, de no cesar en mi empeño. Y no voy a bajar las manos ahora. Posiblemente haya llegado el momento de dejar a un lado ese sentido del romanticismo que está tan trasnochado y pasar a ser más racional. No siempre lo que quieres es lo que te conviene. No siempre te enamoras de la persona correcta. Y no pasa nada. El mundo no va a dejar de girar por eso. Todo se construye, hasta el amor. Y si no te esfuerzas día a día por mantener vivo algo que sientes, poco a poco se va perdiendo. No negaré que siento una inmensa tristeza al saber que posiblemente deba seguir caminando sin mirar atrás, sea lo que sea lo que deje en el camino, aunque estés tú y tu sonrisa siga apareciendo en cada uno de mis sueños, pero el tiempo no volverá. Tal vez tú sí, o tal vez no. Demasiadas dudas sobre mi, demasiada desconfianza, ¿no? Siempre fui sincera, en cambio desgasta el hecho de tener que explicar una y otra vez una historia que demuestro a cada paso. Dime, ¿acaso no sabes que te quiero? Te ofrezco mi corazón en una bandeja y sigues pensando que bromeo. Mis lágrimas queman mi rostro y tus dudas continúan ahí. ¿Qué he de hacer? El amor duele, sí, yo te ofrezco mi vida, mi calendario, mis miedos, mis éxitos y mis fracasos, mis amaneceres y mis atardeceres, te ofrezco sorpresas una vez por semana y algún que otro detalle de esos que te gustan. Te ofrezco risas, caricias a deshora, aventuras y retos. Te ofrezco amistad, charlas hasta la madrugada, cigarros a medias sentadas a la sombra, te ofrezco todo lo que tengo, y lo que no, lo iré construyendo. ¿Y tú?

22 de julio de 2014

Me apago

Te pasas un día, y otro, y otro más... realizando cosas que parece que te llenan, que supuestamente resultan gratificantes para ti... y en el fondo no tienes nada. absolutamente nada. De pronto despiertas una mañana y comprendes que sigues igual de vacía que ayer, igual de vacía que estarás el día de mañana. Y te paras a pensar en el sentido que tiene la vida, esta cotidianidad que te aplasta, estos minutos que van pasando y van pesando sobre tu espalda cansada de tanto cargar con una mochila llena de piedras. Piedras que te pones tú y las que te va poniendo la rutina. Esa trivialidad que se agolpa a los pies de tu cama y hace que no te guste ni por asomo un ápice de ti. Te miras en el espejo y apartas automáticamente la vista porque desprecias esa persona que aparece enfrente, no logras reconocerte, sólo encuentras odio en tu interior. Sigues levantándote, cada día con más desgana, haciendo y deshaciendo la madeja de ilusiones que no son tales, fingiendo que eres feliz cuando te estás muriendo de ganas por abandonarlo todo. Cuando lo único que deseas es taparte hasta las orejas y llorar, esconderte en un rincón olvidado, donde nadie pueda ver lo estúpida que eres, donde nadie más sepa de ti, donde no puedan escuchar los latidos maltrechos de un corazón que ya no es tuyo, donde no sepan que te rendiste antes de comenzar a luchar. Le diste tu vida, tu mejor parte, tus miedos, tus sueños y tu esperanza, y ahora ya no te quedan fuerzas. Ahora ya no quieres siquiera respirar. Le diste el amor que siempre quisiste. Le diste lo que tenías y lo que no. Y seguirías dándoselo. Pero no pudiste retenerla. No se retiene a alguien que nunca estuvo. No puedes amar de por vida un cuento imposible. Sólo puedes esperar que el reloj de arena traspase cada granito al otro lado. Mientras las lágrimas queman tus mejillas y escuecen tus ojos. Mientras la almohada es testigo de los besos que no te daré. Mientras mis manos acarician el teclado. Mientras sigo soñando con cada abrazo ausente. Mientras tarareo las canciones que hablan de ti. Mientras escribo una historia inventada que me gustaría que fuese real. Mientras te prometo que te querré hasta que deje de doler. Mientras te cuento que has sido la primera. Mientras me apago.

15 de julio de 2014

Avanzar

Un tenue aroma a café recién hecho me despierta. Un suave haz de luz inunda la habitación. Mi habitación. En el salón aguarda con su mejor sonrisa, me abraza y sus buenos días son la mejor de las medicinas. A veces el miedo nos paraliza y nos estanca. Y de pronto un día dejamos de sentirlo porque le miramos de frente y comprendemos que no era tan grande. Un empujón hacia adelante hace que nos demos cuenta de que podemos hacerlo, que somos más fuertes de lo que creíamos. Que puede que nuestro lugar no esté aquí, pero éste siempre será un hogar donde amansar la fiera que yace en nuestro interior. Donde callar esas voces que dicen que no lo lograrás. Aquí siempre tendré ese pequeño remanso de paz para encontrar el camino de regreso. Esa niña indefensa que se cubre con su manta hasta la cabeza, que se sienta por la noche a observar constelaciones que no pueden apreciarse en la gran ciudad. Aquí quedan guardados los recuerdos de cuando construías mundos de fantasía con juguetes pequeños, cuando creabas vidas anónimas e inventabas historias que ahora puedes vivir. Hay que enfrentarse a lo que pesa para darse cuenta de que no es tan dura la carga, que la distorsión abarca más de lo que parece y que si limpias un poco el cristal de tus gafas puedes verlo todo con mayor claridad. Teléfonos antiguos y arcas llenas de ropas viejas, de esas que llevaron aquellos que guían ahora cada paso que voy dando, para que no me pierda por sendas embarradas. Pasar de los montes a la brisa del mar, tal vez sea hermoso empezar una etapa allí sabiendo que no dejo atrás el verdor de la vid, sino que parto allende los mares para encontrarme, para comenzar a ser y para seguir creciendo. Y si se tuerce esta carretera plagada de incertidumbres, aquí quedará el sofá de piel marrón oscura donde tantas veces jugué a ser mayor, la piscina que refrescó mis pies las noches de verano, los caminos de tierra que recorrí caminando sin saber si era sur, norte o tal vez el oeste. Es lo hermoso de avanzar, que no siempre tienes que rechazar aquello que te enseñó a ser lo que hoy en día eres, sino atesorarlo y apreciar que gracias a eso ahora puedes mantener la cabeza erguida para observar el horizonte con una perspectiva mejor.

8 de julio de 2014

Te estoy hablando a ti

En algunas ocasiones sentimos demasiado odio contra nosotros mismos. Nos miramos en el espejo y despreciamos ese reflejo absurdo que se dibuja enfrente. Lo observamos con recelo, como si de un enemigo se tratase. Ocultamos nuestra rabia bajo un sinfín de gritos sordos que perecen en forma de lágrimas. Callamos cuanto queremos decir. Nos tragamos nuestra bilis y sollozamos como un cervatillo abandonado en mitad de un bosque. Nos perdemos en mitad de una carretera desierta. Sin saber muy bien qué destino escoger. Izquierda o derecha. Adelante o atrás. Difícil decisión cuando tus dagas te quiebran por dentro. Cuando tus uñas van hundiéndose entre la piel y sangras de tanta presión acumulada. Y llega un instante en el que no puedes más. En que te sientas en el primer parque que encuentras y expulsas en forma de frases hechas todo cuanto abarca una hoja de papel. En que ni el sol consigue cegarte porque ya te has hecho el daño suficiente tú misma. Y entonces lo comprendes todo. No hay mayor dolor que el que produce la indiferencia hacia uno mismo. El ignorarse durante tanto tiempo. El dejarse solo. El ausentarse de sus propias necesidades para auxiliar a todo el que precisase ayuda. ¿Y qué hay de ti? ¿Dónde diablos quedas tú? Demasiadas puñaladas para un corazón tan maltrecho. Demasiadas quejas y demasiados lamentos. Tanto maldecir al mundo y tú eres quien más te maltrata. Valiente infeliz, cómo pretendes levantarte si no lo intentas. Cómo quieres encontrar un hueco en algún lugar si no lo buscas. Déjate de excusas y sal. Sal de esa encrucijada de seres y estares. De esa madeja de pronombres personales que nunca llegarán a ser acompañados por el verbo amar si no es a ti misma. Sal del caos mental que fraguas cada vez que la buscas sin encontrarla. Sal de romanticismos baratos y plumas fáciles. Te has abandonado a ti. ¿Dónde está tu amor? Mírate por un segundo. Cierra los ojos y analiza la persona que siempre soñaste que serías. Venga, hazlo. ¿Realmente eres lo que te gustaría? ¿Crees que mereces todo el daño que te estás haciendo? Vivir así, machacándote como si fueras todo aquello por lo que te enfadabas y llorabas antaño. ¿Recuerdas? Huiste de allí porque no aceptabas que te tildaran de algo que no eras y eres tú quien te destruyes y te catalogas con esa definición. Hablas de justicia y no te he visto ni un instante serlo contigo. Ponte de acuerdo contigo misma de una vez por todas. Sé coherente y reflexiona. Vales la pena. Qué coño. Valgo la pena.

2 de julio de 2014

¿Quién quieres ser?

Sacó una moneda del bolsillo izquierdo de su pantalón. Siempre las llevaba sueltas. No le gustaba llevar cartera. Decía que si las guardaba las sentiría como suyas y el dinero nunca es una posesión individual. Es algo tan efímero como el oxígeno. Va y viene. Se cambia al instante. Giró la moneda un par de veces y finalmente la tiró en el vaso del vagabundo de siempre. Ambos sonrieron. Como sonríen dos viejos conocidos que se alegran de verse. Como lo hacen dos niños tímidos el primer día de colegio. Siguió la rutina de todos los días. Dándole vueltas a un mechero mientras escuchaba I Do it for you. Siempre le gustó esa canción. Cada letra de Bryan Adams le hacía tiritar. Sobrecogerse y echarse a llorar como un niño pequeño. La magia de la música. Parece increíble lo volátil que resulta todo. Lo poco que llegamos a valorar los pequeños detalles a veces. Se sentó bajo el primer árbol que encontró y abrió el libro. Página cincuenta y tres, capítulo veinte. Releyó su propia historia. Páginas que hablaban de creer, de luchar, de sobrevivir. ¿En qué momento dejó de creer en él? ¿Lo había hecho en algún momento? ¿Palabras vacías tal vez? Cuántas veces le dio por narrar leyendas cargadas de optimismo con la esperanza de interiorizarlas. De hacerlas suyas y, de una vez por todas, dar ese golpe en la mesa y lanzarse a la calle con la cabeza alta, para verdaderamente encontrarse con él. Demasiadas palabras escritas por escribir. Por rellenas los huecos en blanco. Demasiados pensamientos de autoconvencimiento que no sirvieron para convencerle de nada. Lee y sonríe. Maldito farsante. Vives de lo que aparentas. ¿Quién eres tú? ¿Quién quieres ser? Se levantó y miró hacia el horizonte. Las nubes cubrían el mar, y los edificios. Para qué fingir más. Deja de mirar a tu alrededor. Deja de huir. Deja de evadir la realidad a golpe de café y cigarrillos. Deja de suspirar y maldecir todo. Da un golpe. De esos de suerte. Sí. Los que cambian la suerte. Porque eso que esperas para ti está justo en el lugar en el que has dejado de buscar. Porque dices que estás cansado cuando todavía no has movido un dedo por ti. Deja los lamentos y las plegarias. Deja el rumor del viento. Que siga azotando la ventana si quiere. El reloj ya se ha convertido en una esfera sin sentido. Ahora te toca a ti. Reconocerte y encontrarte. Salir a buscarte de nuevo. Mirarte a los ojos y ver lo que eres en realidad. Deja de fingir que todo marcha bien. Deja las máscaras en el armario. Grítale al mundo lo que siempre quisiste decirle. Sonríe cuando lo sientas en realidad. Limpia el polvo de los muebles de ese rincón de tu vida que nunca quisiste enseñar. Y eso fue lo que hizo. Optó por despertar de su sueño y apagar la música que tantas veces le había dejado sordo. La que le había impedido escucharse a sí mismo. Empezó a mirarse los zapatos. Y a hablar por él. Y a vivir.

27 de junio de 2014

La felicidad

Eso de que la felicidad no debe depender de otros sino de ti es una mentira absurda, siempre dicen que no debes basarla en nadie. Pero es que la felicidad siempre está basada en otros. Siempre. Y es que nadie es feliz cuando está solo. Tendemos a buscar compañía.  A realizarnos en base a algo o alguien. Para algunos puede ser un trabajo, una casa, una mascota o un televisor de cuatro pulgadas. Para otros una persona que duerma a su lado. Pero ese algo o alguien es lo que nos hace sentirnos bien, sentirnos plenos y verdaderamente realizados. Porque, qué sería de nosotros si no tuviesemos con quién compartir un logro o una derrota? Verdaderamente llegamos a ser lo que somos gracias a nuestro entorno.  Sea el que sea. Por lo tanto, la satisfacción y la gratificación plena ya no depende de nosotros sino de aquello que nos sustenta. Y si ese pilar de pronto se quiebra? Pues no pasa nada, sencillamente tendremos que aprender a vivir sin él y buscar otro bastón de apoyo. Pero no nos engañemos.  Eso de que la felicidad está en nuestro interior es una falacia. La felicidad está en todo cuanto nos rodea. En la sonrisa de nuestra madre o nuestro padre, en el beso de tus hermanos. En el abrazo de un amigo. En la compañía de tu pareja. En la mirada de tu hijo. En acariciar a tu mascota y sentir su calor. En un empleo que nos realice. La felicidad está en cada ínfimo detalle que pasa desapercibido para cualquiera que siempre va con prisa buscando dentro de sí grandes lujos.

24 de junio de 2014

La magia

Se aferró a su espalda. Primero suspirando, después sonriendo. Y ella se guardó sus suspiros y se enamoró de su sonrisa. Y suspiró. Y sonrió. Y ambas lo hicieron. Supieron que aquello sería el inicio. O puede que ya hubiese comenzado. Incluso antes de que lo inaginasen. Es lo bello del destino. De esas casualidades que entrelazan vidas. La besó en los labios por primera vez y lo supo. No necesitó mucho más que el dulce roce de su boca con la de ella para comprender que siempre la había esperado, sin buscarla todavía. Recogió cada detalle en hojas de papel y le cambió el nombre. Transformó en historias los breves instantes en que sus miradas tímidas se alimentaban la una a la otra. En silencio. A tientas. Solas entre la multitud. Entre ojos acechando. Entre rumores y sollozos. Entre bostezos y gritos. Miradas y caricias que acrecentaban el fuego. Las llamas ardían en lo profundo de su ser mientras las paredes callaban. Mientras el ascensor subía y bajaba. La música seguía sonando en su interior. Muchas veces se quedó con las ganas de decírselo. Le pudo el miedo. Pero el mundo gira y se encontraron. Coincidencias que hacen que la vida tenga sentido. Y sus ojos se clavaron en ella de nuevo. Y volvió a saber que siempre fue ella. Y esta vez sí se lo dijo. Y al sentir el tacto de su piel junto a la suya, comprendió lo que era la magia.

19 de junio de 2014

Seguir

Despertó algo asustada aquella mañana. Miró el reloj y supo que era demasiado tarde. Había perdido ya la oportunidad de coger el primer tren que la llevaría de regreso a casa. Pensó por un instante en todo lo que había vivido allí. La gente que conoció en este tiempo y lo que había crecido. Pero ya no aguantaba más. Supongo que su mente no resistió quedar relegada a segundos planos. Quería ser por una vez la protagonista de su propia historia. Y debía comenzar ahora. Ya. Llenó la maleta de aire y algo más. No sabía muy bien de qué, eso era lo menos importante en estos momentos. Salió a la calle y los rayos de sol cegaron sus ojos por un breve instante. Dudó un rato si marcharse o no, si huir de nuevo. Si tragarse su orgullo o plantarle cara a la vida. Difícil decisión para momentos críticos. Nunca supo enfrentar cuestiones lo suficientemente relevantes en su día a día. Pero había llegado la hora de tomarse en cuenta. De hacerse fotografías a sí misma y admirarlas. De dejar de mirar siempre el paisaje para vislumbrar su yo interno. Y frenó en seco ante el escaparate de la esquina dorsal. Y sonrió a su reflejo y al interior, como queriendo robar al maniquí sus ropas vintage. Entonces se adentró en la tienda y se compró por fin algo pensando en ella. Como jamás pensó que lo haría. Se regaló algo. Por primera vez. Tenía que aprender a quererse y lo sabía. Aprender a valorarse y comprender que merece algo más que ser una pieza de coleccionista. El mundo estaba entre sus dedos. Esperando en hojas en blanco a que ella escribiese todo lo que necesitaba escuchar. Y debía saberlo. A veces sollozaba en el silencio de una luz tenue. Sin que nadie la viese. Maldiciendo su suerte sin saber que había sido ella quién había elegido tenerla. La suerte se elige, pequeña. Y ella decidió ser esa mínima parte pudiendo ser un todo. Estaba en su mano quedarse ahí o marcharse a la estación y coger el tren que la llevase a cualquier otro destino. El problema es que ella solamente quería su tren. Aunque fuese al mismo infierno. Aunque no parase nunca en la estación donde se encontraba. Ella seguía ahí, sentada, jodida y radiante, esperando.

15 de junio de 2014

Diferentes

Le dio un beso en la mejilla. Sonriendo. Solía pensar que cuando besas a alguien y sonríes es porque sientes algo muy fuerte. Y era cierto. No dejó de brillar su mirada mientras se encontraba con la suya. Y eso era realmente bello. Alrededor, un chico joven leía el diario. Noticias turbias y poco esperanzadoras de la actualidad diaria. Sus manos hablaban un lenguaje distinto, como todas las veces que se encontraban. Eran cómplices que nunca terminaban de ser culpables. Jugaban a ser niños que crecieron antes de lo debido. Su historia se fraguó entre viandantes y prisas. Entre árboles deshojados y mares cuyo oleaje siempre regresa al caer la tarde. La ciudad les recibía con un vuelo de palomas. O de aves de paso. No importaba más. El paisaje era lo de menos. Acompasaban sus pasos e intercambiaban sus chaquetas para no sentir la brisa. Al dormir, sus espaldas chocaban una con la otra, hasta trasmitir un calor que podía encender las luces del extrarradio. Víctimas de un reto que les superó. Vivían cerca de las barras de los bares. Cabalgando entre aceras sucias. Limpiando amaneceres con sus dedos. Divagando entre los tejados en la compañía de gatos callejeros trasnochadores. Ponían nombre a las calles de cada pueblo que recorrían. Huyeron del frío y también del calor. Vieron caer a sus amigos y a sus enemigos. Callaron las voces de aquellos que nunca creyeron que podían ser alguien. Niños indefensos. Cogidos de la mano y sonrientes. Pequeños grandes seres diminutos que se vieron obligados a crecer por una sociedad podrida. Tildados y etiquetados. Señalados por gentes cobardes que aún hoy no se atreven a mirar al frente y ser ellos mismos. Juzgados por personas que creen ser superiores a ellos. Que se creen con el derecho de humillar, de machacar a alguien por el mero hecho de no pensar, de no actuar de la misma manera que el resto. Les obligaron a crecer. Y crecieron. Y ahora pasean sin más con la cabeza alta. Sonriendo. Orgullosos de su suerte. De saberse dichosos por lo que son. Sin darle a aquellos que quisieron hundirles la oportunidad de verles derrotados. Sin avergonzarse de ser diferentes. Porque ellos son únicos. Ellos son los que merecen la pena. Ellos son la esencia distinta que marca la diferencia.

11 de junio de 2014

Ella y el mar

Ella coleccionaba atardeceres a la orilla del mar. Siempre caminaba con la sonrisa puesta, aunque no tuviese ganas de reír. Decía que era el mejor regalo que podía hacerle al mundo después de todo. Pese a que no siempre le hubiese devuelto todos los favores que ella le había hecho. No le importaba la lluvia, ni el frío, ni siquiera el viento que azotaba su ventana a media noche. Simplemente se dejaba llevar por el pasar del tiempo. Navegando entre las agujas de un reloj que no siempre le daba la razón. Llegó a veces a ser presa de sí misma, hasta que comprendió que no le gustaba vivir entre cadenas ni yugos. Entonces conoció la verdadera libertad, la de sus pensamientos. Se liberó de ella. Y aprendió así la lección más importante. Que no se trata del camino que sigas, sino de los zapatos que utilices al andarlo. Y es que ella se pasó demasiados días corriendo con tacones por sendas embarradas. Y siempre se quedaba estancada en un cruce de calles. Ahora en cambio se descalza sin pudores a que le vean los pies, ya no tiene miedo. Ahora deja que su pelo se balancee entre sus hombros y sueñen juntos. Dejó de atarlo entre cordones negros. Dejó también de mantener encendida la luz del pasillo, supongo que comprendió que no regresaría más. Dejó de darle la mano al fantasma de su ausencia. Dejó de guardar recuerdos entre páginas que no leería. Ahora escribía historias al caer el sol. Aprendió que por más que digas que sí, has de querer hacerlo. No se trata de poder, se trata de querer. Y ella quiso, y por eso pudo. Y ahora se refleja entre la sal y la arena, dejando que el agua remoje sus pies y acaricie su cuerpo. Y levemente sonríe. Y dibuja corazones que se esfuman con el oleaje, pero no le importa. Ahora sabe que por más que las olas borren sus garabatos, siempre podrá seguir dibujando.

9 de junio de 2014

Las estrellas no están solo en el cielo

Su capacidad para enfrentarse a la vida es admirable. Su valentía. Su franqueza. Su sentido del humor. Es un superviviente. Un nómada de todo. Quisiera decirle que transmite paz dentro de su caos constante. Que aunque sea un torbellino de ideas, su corazón dormita en un remanso de tranquilidad. Que me encanta su capacidad de aprendizaje. Que estar a su lado es hermoso por su nobleza. Que llegará muy lejos porque ha luchado siempre contracorriente para conseguir lo que desea. Porque aunque tiene miedos, sabe enfrentarlos y esquivar cada golpe que le da el devenir de los días. Porque su mirada es limpia. Porque conserva la inocencia de cuando era niño. Porque goza de la libertad de los que aman la vida por encima de todo. Él es de esas personas que, cuando estás con ellas, siempre quieres quedarte un poco más. Sabe escucharte con esa atención que agradeces. Y su sonrisa susurra "todo irá bien" cuando se tuerce todo. Me gustaría decirle que confío en él y que sé que podrá. Que goza de una buena estrella que le alumbra desde hace tiempo. Pero tal vez no lo sepa. Que tiene a su alrededor una familia tan digna. Tan maravillosa que emociona verles unidos ante cualquier adversidad. Me gustaría que supiera que la soledad jamás será un problema para alguien como él. Porque ese tipo de personas nacieron para estar rodeados de gente buena. Gente similar a lo que es él. Gente con esencia. Con esa garra y ese potencial que tiene en su interior. Es un diamante en bruto. Aunque queden cosas por pulir está hecho con esa materia con la que nacieron todos los suyos. Él, y sus hermanas, son personas diferentes, difíciles de encontrar, únicas. Por eso tengo tanta suerte al tenerles cerca.

8 de junio de 2014

Algo se quiebra

Muchas veces la vida nos obliga a tomar decisiones. Injustas o no. Dolorosas. De esas que te arañan por dentro hasta hacerte sangrar. De esas que te inundan los ojos de lágrimas. Que logran esparcir por tu almohada los pedazos rotos que quedan de tu corazón. Y entonces comprendes que si duele es porque verdaderamente existe un vínculo. Es porque ese hilo invisible que alguna vez enlazó dos partes era algo signifocativo. Si algo se quiebra hasta este punto es precisamente porque valía la pena. Aunque se difumine dulcemente como las olas que rompen en la orilla. Mirando al mar, en el puerto, te dije que te quería. Sentada en el césped, bajo el sol de una primavera tímida te lo volví a decir. Cuántos te quieros quedan ahora resumidos en una hoja a medio escribir. Cuántas caricias. Cuántos besos. Cuántas promesas. Cuántos sueños. Cuántos momentos acurrucándome entre tu pecho y tu brazo. Tal vez si el ruido ensordecedor dejase de gritarme al oído tu nombre dejaría de doler. Tal vez aún nos quede esperanza. Tal vez debería decirte que te voy a echar de menos. Tal vez debería decirte que te quiero, aquí, en silencio, escribiendo todo aquello que no puedo contarte. Que extraño tu voz y tu sonrisa. Que te espero, que voy a esperarte, que eres tú.

6 de junio de 2014

Nuestra voz

Puede parecer sencillo, ¿verdad? Dejar que las cosas fluyan. Permanecer ahí, como si no importase. Como si al pincharte no sangrases. Como si el frío no te calase hasta los huesos. Un susurro casi imperceptible te dice que debes comenzar a gritar. A dejar de una vez por todas de callarte lo que te molesta. Porque a fin de cuentas yo también cuento. Soy una parte más de este todo que nos forma. Soy una pieza más de este puzzle. Y de tantas veces que han intentado colocarme en un espacio que no era el mío, mis vértices se han ido desgastando. Y el dibujo se ha ido borrando y ya no consigo siquiera adivinar de qué se trataba. Si era un paisaje de un bosque o se trataba de una playa del sur. Si tal vez era invierno o era primavera. No lo sé. Hace tiempo que mi vida estaba estancada de una espiral que nunca me gustó. Y siempre me hacía las mismas preguntas, ¿por qué me pasa todo a mí?, ¿por qué no consigo ser feliz?. Hasta que comprendí que me estaba haciendo las preguntas equivocadas. Y que realmente no estaba haciendo absolutamente nada por cambiar mi manera de ver las cosas. Y es que si realmente pretendemos que todo tenga un sentido diferente hemos de movernos. De iniciar una rotación. Un movimiento. Una nueva perspectiva. Llamémosle cambio. Sí. Dejé de compadecerme de mí misma y me puse manos a la obra. Y poco a poco he logrado trazar una línea distinta. He descubierto que hay nuevos retos que me ilusionan. He aprendido. He crecido. He llorado. He reído. En definitiva, he vivido de verdad. He dejado de ser una espectadora del teatro de mi vida para pasar a actuar en él. Me he subido al escenario y he adquirido el papel protagonista, el que siempre debí tener. Porque mi vida es mía y nadie la va a vivir por mí. Por eso a veces hemos de dejar el miedo a un lado, arriesgarnos y subir a las tablas, dejar que los focos nos iluminen y gritarle al mundo todo aquello que siempre quisimos decirle, no importa quién esté dispuesto a escucharnos, lo importante es que estemos dispuestos a hablar con nuestra propia voz.

4 de junio de 2014

El tiempo pasa

La ingenuidad. Lo volátil de lo corriente. La soledad de lo sencillo. Lo poco que se valora lo realmente importante. Lo que es casi imperceptible. Desde donde me encuentro puedo ver una ventana idéntica a la que había en la casa que solíamos visitar cuando éramos esos valientes bajitos y aventureros. Con ansias por comprenderlo todo. Cristal ámbar y formas esféricas. Cuando mirabas a través de él las cosas eran distintas. Podías imaginarlo todo y dejar que tu mente viajase a lugares de ensueño. Nos montábamos en un tren hacia un sitio indeterminado y volábamos. Ingenuidad. Ahora ya no es así. Somos más frágiles. Nos rompemos con mirarnos a los ojos. Con observar una silueta de mujer caminando a lo lejos. Con rozar unos labios ajenos que nos hacen vibrar. Nos enamoramos y nuestro corazón se torna papel cebolla. Tan débil que casi puede quebrarse con un leve suspiro. Y dicen que los niños son seres indefensos, cuando los adultos no entienden el mundo en que vivimos. Conforme crecemos, vamos dejando atrás sueños en casas construidas en las copas de los árboles. Castillos de arena en la orilla de centenares de playas donde veraneamos algunos veranos. Sonrisas perdidas entre los brazos de nuestros abuelos. Corazones mal dibujados con los nombres de nuestros padres. Nuestra mirada más sincera, más limpia. Y entonces maduramos y perdemos esa inocencia. Esa ilusión por dormir temprano la noche de reyes. Aunque ganamos tantas cosas que merece la pena, ¿verdad? Ganamos experiencias. Ganamos la certeza de sentir. Ganamos sabiduría. Ganamos el porvenir. Ganamos la capacidad de compartir una vida y crear otra. De ver crecer a nuestros padres. De ver cómo hemos ido cambiando. De coleccionar fotografías antiguas. De disfrutar de un libro y aprender de él. De tener un hijo y verle crecer. De tener un hogar. Un perro o un gato. De amar y ser amados. De evolucionar. El ciclo de nuestra vida. Lo bello de que el tiempo siga su curso.

31 de mayo de 2014

Hoy

Las personas tendemos a evolucionar. O al menos algunas. Soy de las que piensa que todos merecemos una segunda oportunidad. O una tercera. O incluso una cuarta. Por qué no. Creo en la bondad del ser humano. Creo en esa pequeña faceta interior que nos lleva a todos a querer ser mejores día a día. A querer conseguir lo que nos hace felices. A luchar por aquello que siempre anhelamos. No sé. Resulta curioso. Observar cómo los animales protegen a sus crías hasta que crecen y después las dejan ir para que vayan aprendiendo a manejarse solas ante el bullicio. Y ellas, en la soledad del gentío, van sorteando cada golpe y sobreviviendo lo mejor que pueden. A base de mordiscos, de arañazos y de algún que otro lengüetazo. Los animales, algunos dicen que son irracionales, y eso es precisamente lo que les diferencia de nosotros. Pero ambos tenemos ese instinto de supervivencia. Ambos luchamos codo a codo por mantenernos a flote en este caos que es el mundo. Ambos convivimos juntos y compartimos añoranzas y miedos. La nostalgia surge siempre en el momento más inoportuno, ¿verdad? es de ese tipo de emociones que logran transportarnos a aquellos lugares donde no querríamos estar, o sí, pero no ahora. Consigue hacerte llorar cuando quieres reír y que todas las canciones hablen de las cosas que no tienes a tu alcance. O que tal vez sí tienes, pero no valoras. Soy de esa forma de pensar de que no necesito perder algo para valorarlo. Me gusta decir te quiero al menos una vez al día, porque así sé que a la otra persona no se le olvidará nunca que es así. Prefiero no dejarlo para mañana. Porque la quiero hoy, y mañana también, sí, pero y ¿hoy? ¿Por qué se nos olvida siempre? Tendemos a dar por supuesto las cosas, y la vida es demasiado efímera. Tarde o temprano se esfuma, y ese instante no sabes cuando llegará. Es mejor aprovechar cada segundo. Decir a cada persona lo mucho que significa en tu vida ahora y no dar por hecho que lo sabe simplemente porque reísteis ayer o porque os veréis mañana. Hace algún tiempo que supe que la gente no siempre vuelve, y no siempre tienes todo el tiempo que te gustaría para decirle todo lo que deseas. Todo lo que te ha enseñado o todo lo que en su día no te gustó de sus actos. Es por esto que lo más sensato es bailar al son de la música que está sonando ahora en lugar de intuir las melodías del porvenir. Saborear los placeres que nos presentan los días y exprimir cada microsegundo. Vive hoy. Mañana todavía no ha llegado.

30 de mayo de 2014

Lluvia, y algo más

Llueve. Mientras voy caminando las gotas se sumergen entre esos huecos que quedan vacíos entre mis cabellos. Se cuelan hasta lo más profundo y encharcan mi cerebro. Evitan que me concentre en cada palmo de ese mapa de tu cuerpo. Corro rápido para impedir que turben más ese sueño consciente. La gente me impide el paso entre paraguas y prisa. Los coches destellan con sus luces encendidas y las aceras resuenan entre chapoteos de niños que se mojan los pies en cada charco. Las odiseas de los días de lluvia. El tumulto. El ruido. El olor a tierra mojada. Transportarme a mi hogar. A aquella casa de campo donde tantas veces corría detrás de las bicicletas. Donde jugaba a fútbol o a tenis. Donde me bañaba vigilada por la luna en noches estrelladas. Donde la inocencia convivía conmigo cada viernes por la tarde, cada lunes por la mañana. Donde el agua sabía dulce y la viña cubría toda nuestra vista. Donde la eternidad nos esperaba. Donde espero volver algún día. La lumbre de un cigarro templa mi cuerpo tiritante mientras voy visionando el trabajo bien hecho. Los logros que voy consiguiendo porque me lo estoy ganando. Es la primera vez que puedo quedarme un rato mirándome a mí misma sin sentir rabia, ni asco, ni sentimientos contradictorios. Hoy siento satisfacción. Porque lo estoy haciendo. Estoy encauzando mi vida. Con ayuda, sí. Pero también con mi sudor, mis lágrimas y mi sensatez. Y porque tengo el coraje para enfrentarme a lo que se me ponga por delante. Y es la primera vez que me escribo algo a mí misma. Pero me siento orgullosa de ti, Verónica. Porque estás siendo fuerte, y valiente. Estás luchando contra ti diariamente. Contra esa cabecita loca que tantas veces te viene a confundir. Contra tus dilemas. Contra tus fobias y tus filias. Contra ese pequeño fracaso que ocultas ante sonrisas que muestras a todo el que se presente ante ti. Estás sabiendo capear el dolor. Estás sabiendo asustar al miedo de cuando en cuando. Estás sabiendo secarte las lágrimas cuando toca y llorarlas cuando es preciso. Estás teniendo el valor de decir que temes algo. Estás aprendiendo a valorar lo que antes no querías ver. Estás descubriendo que, debajo de ti, estás tú. Y por eso estoy orgullosa de ti.

27 de mayo de 2014

Sentir sintiendo

Voy bajando escaleras. Subiendo peldaños y bajándolos. Llego al rellano y enciendo el primer cigarro al aire libre. El sol no termina de salir. Escucho al tumulto que avanza, que parte con prisa hacia ninguna parte. Y yo he dejado de creer en el destino. Será porque no sé muy bien hacia dónde voy ahora. Será porque tu mirada no sé si mira en la misma dirección que la mía y eso me aturde. Será porque nuestra veleta señala un rumbo distinto para cada una de nosotras. O tal vez no, pero aún no lo sabes. O quizás ni siquiera compartamos ya una veleta. Puede que tú tengas una y yo otra. Puede que mi destino esté allí, y el tuyo aquí. O el mío aquí y el tuyo allí. Tú, yo, él, nosotros, vosotros, ellos. Malditos pronombres personales. Recuerdo que cuando estudiaba gramática siempre formulaba frases con "vosotros", que nunca me gustó el "nosotros". Tiene gracia, ¿no? La vida gira tan deprisa algunas veces que llega a asustarme. Y lo peor es que el tiempo pasa. Que la incertidumbre nos arrastra y yo me muero por estar contigo. Cada vez más. Y solo puedo pensar en formular oraciones llenas de "vosotros" y nunca con "nosotros". Y ya no sé si es porque tengo tendencia a ese pronombre o porque tu destino ya está escrito y el mío por escribir. Añoro el aroma de tu pelo. Y tus besos a media mañana después de un café con leche bien caliente. Y el tacto de tus manos entre las mías. Añoro tu risa sincera. Añoro el brillo de mis ojos y el brillo de los tuyos. Añoro hablarte de todo y que me hables. Añoro mirarte sin decirte nada. Añoro tus labios, tus abrazos y tu sonrisa. Añoro todo de ti. Esos trozos de vida que tanto me gusta compartir contigo. Añoro que me busques sabiendo que vas a encontrarme. Añoro que me escribas. Te añoro. Y lo peor es que sigo queriendo esa rutina que a veces aplasta nuestros sueños. Sigo pensando que puede que compense la realidad a ese porvenir tan borroso, tan difuso. Sigo buscándote y luchando aunque sepa que la batalla la perdí antes de que comenzase.

23 de mayo de 2014

Te vi

Desde hace tiempo, supongo que desde la adolescencia, soñé con encontrar a alguien que se acercase y me gritase "he aparecido en tu vida para hacerte feliz". Sí. Esa persona con la que compartir cada pequeño detalle, por insignificante que sea. Regalarle flores así, sin venir a cuento, simplemente por hacerla sonreír. Acurrucarnos en el sofá mientras vemos "El Diario de Noah" o "Un paseo para recordar". Tumbarnos en cualquier césped y adivinar las formas de las nubes. Pasear por cualquier lugar y besarnos en cada rincón de la ciudad. Acariciar a cualquier mascota ajena mientras sus dueños nos miran raro. Tomar café entre juegos y risas. Charlar y fumar cigarrillos a medias mientras yo escribo y ella lee. Trivialidades y rutina que hacen que un día más bien corriente se convierta en algo especial simplemente porque estás a su lado. Enamorarte un poco más cada vez que la miras a lo ojos y sabes que se muere por ti casi tanto como tú por ella. Escuchar lo que no te dice. hablar a través de las manos. De las miradas. De los besos en el cuello. O en los labios. O en la mejilla. O en la frente. O en la nariz. O cerquita de la oreja. Una caricia de esas que provocan escalofríos y te hacen cerrar los ojos y viajar a un mundo solo con ella. Volar cuando estáis a solas. Una persona que sea tu cómplice. Tu amiga. Capaz de entenderte. De enfadarte. De reconciliarte contigo misma. De mirarse contigo. De reencontrarse contigo. Una prolongación de ti fuera de ti. Y no buscaba a nadie con esas características. Porque resulta complejo encontrar una persona con la cual tengas una conexión tan cósmica. Tan instantánea. Alguien que te quite esa coraza y descubra tu corazón. Que llegue a lo profundo de tu ser y logre arrebatar el miedo. Que de luz a todas las sombras que dejaron aquellos que te hicieron daño. Esa persona que consiga despertar en ti las ganas de gritarle al mundo que deseas vivir de nuevo. Y entonces te vi.

22 de mayo de 2014

La profundidad de las miradas

Sus labios estaban secos. Sus mejillas humedecidas y sus ojos empapados. Todavía conservaba en su retina aquella instantánea. La última quizás. O tal vez no. El tiempo lo diría. Lo mejor a veces es dejar que el aire oxigene y ventile los espacios comunes. Las cafeterías en las que siempre huele a café con leche descafeinado de máquina. El patio donde el humo a Marlboro Gold 100 sigue flotando. Las calles donde aún resuenan sus pasos y siguen sus ojos clavados en las aceras. No ha dejado de llegar el aroma de su perfume cada lunes por la tarde. Ni el eco de su risa. Ni sus frases hechas. Ni el vaivén de su pelo. Ni sus manos finas. Ni sus orejas perfectas y suaves. Ni su pelo suelto y rizado. O liso. O despeinado. Qué más da. Sigue siendo precioso. Siguió lamiendo sus labios y aún sabían a la miel de ella. Un escalofrío la recorrió. Y las lágrimas afloraron. Supo entonces que sería difícil. Su ropa aún olía a ella. Y sus huellas dactilares formaban un mapa en su cuerpo. Y las canciones recordaban todos los momentos compartidos. Y cada palabra llevaba una letra de su nombre. Y cada rincón había sido suyo. De las dos. Y en cada gesto la buscaba y sabía que no la iba a encontrar. Y se desesperaba de tanto esperarla sin esperarla. Y quería correr, salir a la calle y lanzarse hacia ella de nuevo. Pero no estaba ya. Se había ido. Y las farolas de la calle ya no daban tanta luz. Y los coches seguían su camino. Y todo seguía, como cada elemento, en su lugar. Una allí, otra aquí. Todo en un sinsentido. Queriéndose diciéndoselo y sin decir nada. Porque a veces, la profundidad de las miradas es capaz de escuchar. Es capaz de hablar. De sentir. De captar. Y entre ellas había algo más que miradas. Algo más que un simple juego de niños. Era un roce de meñiques y sus pieles se erizaban. Era sonreír y todo se detenía. La química instantánea importaba más. Por eso a veces, sólo a veces, da igual qué circunstancias sucedan alrededor, vale más reconocerse en los ojos del otro. La profundidad de las miradas.

20 de mayo de 2014

Cables

Rodeado de cables y aparatos que respiran por él. Así le encontró cuando entró en aquella fría habitación de hospital. Despuntaba el alba y un pequeño y tímido sol parecía tratar de dar luz al ramo que coloreaba el cuarto.
- ¿Cómo te encuentras, amigo? Anoche soñé que despertabas, ¿sabes? que todo volvía a ser como hace una semana. Que íbamos a cenar al mejor restaurante de Barcelona y después a la playa, a sentir la arena y el agua rozar nuestros pies. Joder, tío, tienes que despertarte. Te necesito.
Las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas. Creo que comenzó a darse cuenta de lo efímera que podía llegar a ser la vida. Nunca antes la había valorado. Era un chico alocado. De esos que no entienden de normas ni reglas. No temía a nada. Vivía como quería. Nunca quiso a nadie hasta que lo conoció. Juntos comprendieron que los subterfugios eran menos amargos. Que las cloacas no eran tan malolientes. Que se puede tener todo sin tener nada. Que de un suelo puede hacerse un buen colchón. Que una tabla bien se convierte en una mesa digna de ikea. Que una flor medio marchita también es un jardín. Y ahora él estaba en el hospital. Y se pregunta de qué sirve esa filosofía si ha tirado por la borda su salud entre baños. De qué le vale si no se cuidó. Si no se tuvo en cuenta a él. Si de tanto mirar hacia afuera se olvido de verse. Y llora porque no puede ayudarle. Y siente rabia y una impotencia de esas que no dejan respirar, justo lo que casi no logra hacer su amigo. Y le da pena. Y es que a veces, por más que tengas, no sirve si no te miras a ti mismo.

18 de mayo de 2014

Arriesgar

Una mañana de domingo. Una conversación de esas que hacía tiempo llevabas esperando tener. Un cigarro con un café con leche. Un sol de primavera mezclado con el azúcar que endulza los posos que quedan en el fondo del vaso. La ceniza que va llenando un cenicero que antes estaba limpio. Las palabras que inundan una hoja que antes estaba en blanco. Transformación. El movimiento de la rutina. Nada se pierde del todo. Ni siquiera aquello que creemos que se fue para no volver nunca. Realmente permanece en algún hueco de nuestra historia y puede que algún día, en un momento concreto, regrese y nos haga darnos cuenta de que siempre estuvo ahí para hacer que tomásemos una senda u otra. Es curioso como actuamos a veces. Peculiar resulta observar a un pequeño insecto que vaga de un lado a otro sin rumbo aparente. En busca de sustento, sobreviviendo a nuestras garras. A simple vista son seres diminutos y simplistas, pero lo cierto es que somos tan parecidos a ellos. Vagamos de aquí para allá en busca de una felicidad ficticia que probablemente esté a nuestro lado y nos neguemos a aceptar por inconformistas. Y más tarde nos conformamos, resignados, con lo más cómodo por miedo a una soledad que no es tal, condenados a estar solos en medio de la multitud. Acompañados de alguien que nos abraza sin darnos calor. Encarcelados posiblemente en relaciones que no nos aportan más que una estabilidad insustancial, besos vacíos, sin pasión ni fuerza. Por el hecho de no estar solos nos negamos la posibilidad de ser verdaderamente felices con alguien que nos haga vibrar, que nos permita sonreír y vivir al límite, transgrediendo esas normas que estipularon personas que no se atrevieron a conocerse a sí mismas. Y todo, ¿para qué? Si a fin de cuentas, lo importante no es la meta, sino el trayecto y con quién se realiza el camino. Si hay algo que he aprendido en este tiempo, es que no estoy dispuesta a renunciar a ser feliz. Es que quiero arriesgarme a sentir, a volar, a quitarme esa máscara de carnaval y comprender que el mundo no está hecho para vivir siempre encadenada a una vida que no me llene.

16 de mayo de 2014

Claudia

Claudia repasa en su mente como si de un libro se tratase. Abre y cierra los ojos. Abre y cierra las puertas de la casa. Camina de un lado a otro. Inquietud. Nervios. Limpia el polvo del cuadro. No se trata de uno cualquiera. No. Es el suyo. El primero. El que compró cuando inauguró la casa. Cuando empezó todo. Llegaron a la vez. Él y ella. Y ambos han sido cómplices del frío. De las risas. Del humo. Del ruido. De cuando se quemó la cena que le preparaba a su hermana cuando volvía de Berlín. De cómo el perro ladraba a todos los desconocidos que llegaban. De cuando se secó la orquídea que le regaló su primo Eloy. De cuando pintaron las paredes del salón y él tuvo que trasladarse al cuarto de invitados. De las mudanzas de su madre. De los problemas con la vecina del cuarto derecha. Y ahora tienes que irte. Después de tantos recuerdos compartidos vuelves a refugiarte en una caja de cartón. Ya lo he borrado. Las tazas de café azules que tanto le gustaban ya están envueltas en papel de periódico. Sus vestidos de verano. Los zapatos de tacón alto. Las zapatillas deportivas. Los tejanos. Los abrazos a las tres y media de la tarde. Los besos bajo la lluvia. Las caricias entre la manta del sofá. Los susurros en el oído. Las cartas escritas con tinta negra. Las manos entrelazadas en la última fila del cine. Esas promesas en la arena de la playa que se llevó la marea. Los mensajes a deshora. Hacer colchones de cada pared. El vestirnos y desvestirnos. Fumar y compartir cigarros. Todo. Entre cajas marrones que huelen a húmedo. Ahí quedan resumidos los restos de nuestra vida juntas. Y ahora, ¿qué es lo que quieres que te diga yo? A mí no me quedan más fuerzas. Me da pereza ya, me cansé de pelear. Tú te alejaste y yo me acercaba a ti. Tú solamente pensaste en la incertidumbre. En escuchar de fondo ese pequeño hilo musical que susurra lo mismo de ayer. Lo que probablemente dirá mañana. Ponerle nombre a todo y no encontrarle sentido a nada. Así cada día. Oyes unas risas enlatadas. De esas que siempre te pusieron nerviosa. Las típicas de las series americanas que no hacen gracia. Finges que nada importa. Máscaras. Retratos en blanco y negro de aquellos tiempos. Y ahora, ¿qué quieres ver si no miras? Abre los ojos de una vez. Anda. Camina hacia adelante y observa todo lo que te apetezca. Todo cuanto rodea el mundo que se difumina allá a lo lejos es para ti, es tuyo. Disfrútalo. Vívelo. Aquel cuadro está deseando salir de la caja para ser colgado. Y yo, yo me muero de ganas por volver a volar contigo.

13 de mayo de 2014

Pérdidas

Muchas veces el perder algo que significaba para ti más de lo que siquiera sabías te hace darte cuenta de muchas cosas. Tiene gracia. El ser humano es así de complejo y simple al mismo tiempo. Nos arrebatan algo que es nuestro y entonces su valor se multiplica por mil. Como cuando a un niño le quitas un juguete. No le estaba haciendo caso, pero en el momento en que se lo coges, él lo desea también. Paradójico, ¿verdad? Tal vez deberíamos aprender alguna lección de todo esto. Que las cosas valen siempre, no solamente cuando las pierdes o alguien viene y te las quita. Aunque en mi caso no se trata de mis cosas, más bien se trata de una, porque no era mía, era suya. Era nuestra. Ese pequeño nexo que nos mantenía cósmicamente entrelazados. Por eso siempre estabas ahí, a mi lado. Protegiendo mis pasos. Donde podía casi sentir que me susurrabas que todo iba a salir bien. Donde me aconsejabas y me dabas pistas en tantos proyectos que tengo por hacer en esto de la comunicación. Qué gran medio, ¿verdad, tío? Vaya, siempre tuviste tanto amor por esto que me lo tuviste que transmitir a mi. No podía ser de otra manera. Ahí estabas, cerquita, me abrazaba a mi bolso algunas veces y sentía que eras tú. Y creo que realmente lo eras, porque a veces, sólo a veces, era recíproco el abrazo. No era solo un objeto más que adjuntar en una lista, no. Era el reflejo de tu mirada. Era el objetivo a través del que inmortalizabas cada detalle de tu ciudad, de las estaciones de trenes que tanto te apasionaba retratar. Las vías, ese lugar al que voy a guarecerme cuando necesito pensar, ¿verdad, tío? Qué grandes cosas pudiste enseñarme, y qué poco tiempo tuvimos para aprender juntos de todo esto. ¿Sabes? Me encantaría compartir contigo todo esto. Contarte que soy feliz, que estoy trabajando en lo que, desde pequeña, me decías que era lo más bonito que podía pasarte. ¿Sabes? Yo también escribo, como tú, sólo que tú no tuviste tiempo, porque un azote veloz te arrebató de nuestro lado sin tenernos en cuenta. Pero yo sí lo tengo, y pienso aprovecharlo, tío. Y cumpliré mi sueño, y el tuyo. El nuestro. Porque no he perdido, porque he ganado, te he ganado. Y llevo tu corazón conmigo, tío. Lo llevo aquí, en mi corazón. Ahí no me lo quitan.

9 de mayo de 2014

Ellos

Una fotografía desenfocada. En la imagen puede apreciarse una luz de un naranja intenso. Tan intenso que te atraviesa las pupilas. Podría ser una llama encendida que no terminó de situarse en el centro del cuadro. El fondo es negro y el contraste hace que resalte todavía más el color. La persona que retrató este momento parece querer gritar demasiadas veces. Ese tipo de gritos que no se escuchan a menudo. Los que nadie quiere oír. Tal vez por eso decidió inmortalizarlo de esa forma. En ocasiones el mundo no está suficientemente preparado para la gente como ellos. Que piensan distinto. Que viven a su manera y establecen sus propias normas. Por eso les tildan de locos. Los catalogan y los estereotipan. Marginándolos y rechazándolos como si de mala hierba se tratase. Pero la realidad es que no los comprenden. Porque nunca se han esforzado en escuchar lo que quieren decir. Jamás se han sentado un minuto a su lado ni les han mirado a los ojos. Simplemente esquivan su presencia y le regalan su desprecio. Evitan mezclarse con ellos. Y ellos solamente son gentes triviales. Que se han construido a sí mismas. Luchadores sin descanso en batallas interminables. Que de un trozo de papel hacen marionetas con las que juegan sus hijos. Que regalan sonrisas a los niños y siempre tienen una moneda para el músico del metro. Que abrazan con contacto, sin miedo, y transmiten una energía que llena de vitalidad, aunque estén resentidos de cabalgar sin rumbo. Que caminan mirando al suelo para no perder sus pasos. Que no dejan de forjar pensamientos minuto a minuto. Que callan demasiado y escuchan siempre a todo aquel que lo necesite. Que siempre preguntan cómo te va aunque nadie les pregunte a ellos. Que son amables y educados aunque solo reciban hostilidad. Que se atreven a vivir en un mundo corriente cuando han nacido para ser algo completamente diferente. Tratados como locos, cuando son genios. Ellos son la maravilla que mantiene los planetas en órbita, las estrellas separadas. Ellos son los que logran que llamemos arte al arte y filosofía a la filosofía. Ellos son los que hacen que la tierra siga girando alrededor del sol.

7 de mayo de 2014

Vidas

Gota a gota. Un lienzo trazado muy delicadamente. Con un pincel muy fino. Con una línea transversal. Colores cálidos. De esos que te incitan a seguir observando una y otra vez esa preciosa obra. Mirar cada parte y analizarla. Deslizar tus dedos para sentir el suave tacto de la pintura fresca. A lo lejos un difuminado mar plasmado en gamas azules y blancas. Si entrecierras los ojos casi puedes percibir el aroma de las salinas, el rugir de las olas contra las rocas, el canto de las caracolas que susurran amables sus sueños a los pescadores. En la cabaña de madera duerme entre cañas secas el gato del guardés. Sediento y cabizbajo. Lamiéndose de cuando en cuando las afiladas uñas que más tarde se limará en la puerta que da a la cocina. No responde a ningún nombre, ni a los silbidos que el guardés recita cada rato. Él solo aguarda silencioso entre esas cuatro paredes, jugando con las cortinas del salón. Guareciéndose entre las telas de araña del sótano destartalado. Desperezándose en la alfombra frente al televisor quemado y resentido. Arañando los cojines de un sofá inquebrantable. Envejeciendo lentamente tras las pelusas que nacen bajo la cama. Muriendo minuto a minuto al lado de un bebedero con sabor a metal oxidado. Entre sus calles corretea sin preámbulos. Parece no temerle a nada. Ni a los coches, ni al fuerte frío que acecha cada esquina. Ni siquiera al policía tan serio que de vez en cuando se deja caer por aquí. Hace mucho que el miedo dejó de dormir a su lado. Casi el mismo tiempo que cuando lo perdió todo. Menos la sonrisa. Un día me contó que en el momento que lo mirase y no estuviese sonriendo, entonces algo iba realmente mal, mientras tanto no debía preocuparme. Parecía increíble que fuese feliz con tan poco. Una manta, ropas viejas y un colgante antiguo. Era indomable. Un nómada de la vida. Un rehén del viento. Una noche me senté con él en la plaza. Quería escuchar su historia. Se enamoró de Ángela, su vecina. Aunque nunca le quiso a él. Le escribió tantas cartas como pudo, pero no bastó. Le dedicaba las canciones que a ella más le gustaban y jamás las escuchaba. Hasta que un día Ángela se fue, y él decidió irse también. Cuando ella volvió él ya no estaba. Y era ella la que añoraba las cartas y las canciones, pero entonces era demasiado tarde. Se había marchado, y él si que no volvería. Recuerdo que lloré escuchando su historia, y recuerdo también que en aquel instante, su sonrisa se esfumó… Y que justo enfrente de la plaza la luna se bañaba entre el mar y la cabaña del guardés. Y un gato taciturno y nostálgico se sentó a mi lado y al suyo y se acurrucó entre sus zapatos. Y su sonrisa brotó como lo hacen las rosas en la primavera. Y el gato maulló mientras lamía los dedos que acariciaban su cabeza y despeinaban su pelaje. Y ninguno de los dos volvió a sentirse solo.

6 de mayo de 2014

Cuando éramos más jóvenes

Cuando éramos más jóvenes solíamos deshojar todas las flores que veíamos para pedir deseos que nunca se terminaban de cumplir. Era bello pasear por las arboledas pisando las baldosas dos a dos, siempre siguiendo un trazo recto, jugando a no perder la cuenta. Poníamos nombre a las piñas secas y las pintábamos de colores, decorando después nuestro cuarto con recuerdos. Cuando éramos más jóvenes solíamos andar a tientas, sin pausa y sin prisa. Apenas mirábamos el reloj. Olía siempre a pan recién tostado y la tos del abuelo resonaba por el salón. La radio amenizaba nuestras tardes. Cuando éramos más jóvenes solíamos bañarnos a la luz de la luna, sin pudores, dejando que su reflejo nos hiciese compañía. Acampábamos bajo el tendedero para ver las estrellas e inventar constelaciones. Dibujábamos en las tejas nuestros tesoros y nuestros anhelos. Lo de pensar se lo dejábamos al resto. Se nos daba mejor sentir la brisa en nuestra tez mojada por el sudor y el agua helada del pozo. Cuando éramos más jóvenes solíamos abrazarnos con más ternura que ahora, supongo que nos juzgábamos menos, entonces no había tantas diferencias, lo mío era suyo y lo suyo era nuestro, la cancha de tenis era también una pista para montar en bicicleta y el campo de fútbol. ¿Qué importaba? Ahí lo importante era imaginar, el mundo era nuestro, una hoja de parra podía ser lo que nosotras quisiéramos, tenía el valor que le diésemos. Y una raqueta podía ser una guitarra. Y una piedra un cuarzo. Y un plástico una capa capaz de hacernos inmortales. Atreverse a imaginarlo era la clave para hacer el sueño real. Podíamos construir un hogar bajo unas telas y dos ladrillos del cuatro. El perro aún corría y trataba de cazar el papel de periódico que se volaba por la brisa del atardecer, ahora ya está demasiado cansado. Como lo está el cuadro del niño al que siempre le cae la misma lágrima. Como lo está la vieja cómoda que ya no aguarda que te desvistas cada noche. Como lo está tu mecedora que dejó de cobijar tu descanso. Como lo está la cafetera que esperaba siempre que llegasen las tres. Como lo están las llaves que siguen colgadas detrás de la chimenea. Como lo está la lumbre que se convirtió en cenizas. Como lo está la primavera que sigue inquieta deseando dar paso al verano.

4 de mayo de 2014

A veces...

A veces pasa. Despertar y mirar a tu lado y entender todo lo que nunca comprendiste. Acariciarla y saber que no te importaría estar así todas las mañanas. Besarla y que todas las piezas de tu puzzle de pronto encajen. Qué mágico, verdad? Que una persona consiga sin mover un dedo agitar todos tus sentidos. Poner del revés todo tu mundo y derribar ese muro de contención que siempre tuviste en ese corazón tan podrido. Te envuelves entre sus brazos y sientes sus latidos. Y ahí pierdes la noción del tiempo. Y el ruido no se escucha. Solamente el bombeo de su corazón en tu oído. Y te adormeces y es su imagen la que aparece en tus sueños. Y abres de nuevo los ojos y está ahí, a tu lado. Ella. Y ya no encuentras razones por las que no quedarte ahí, hoy, mañana y siempre. Porque cuando duerme junto a ti, tú descansas con sus recuerdos. Y resulta tan bello su despertar sonriente y perezoso. Sus suspiros cuando la besas de improviso. El simple hecho de que el mundo nos descubra abrazadas.

2 de mayo de 2014

Una historia de tantas

Dejó de batir sus alas. Por un instante quiso volver a ser todo aquello que una tarde relató en voz alta mientras ponía forma a las nubes acompañado de un pequeño y radiante sol. Le echaba de menos aunque me lo negase todos los días. Realmente quería recuperar aquellos momentos en que compartimos esa infancia que no pudimos disfrutar. Volver a ser niños tardíos. Le gustaba coleccionar piedras. Y en realidad nunca supo muy bien el por qué. Pero siempre creyó que detrás de cada piedra había una historia fascinante. Y le apasionaba imaginar, fantasear con la idea de lo que podía haber ocurrido con cada una de ellas. Tenía cientos guardadas en una caja de cartón coloreada. La escondía bajo su cama. Como si de un gran tesoro se tratase. Para Sam lo era. Recuerdo que una vez encontramos una, bastante pequeña, en el parque de detrás de mi casa. Era de un azul tan intenso como el de sus ojos. La recogió con suma delicadeza y la limpió con agua cristalina. Entonces su mente inició un viaje y yo lo recorrí junto a él. Me encantaba escucharle. Era un chico diferente. Nunca le gustó que le definiese así, pero lo era. Porque el resto de chicos jugaban al fútbol mientras él se quedaba tumbado observando las nubes conmigo. Porque él leía libros interminables para aprender más. Porque escuchaba música con los ojos cerrados. Porque escribía poemas en diagonal, nunca en línea recta. Y cuando se marchó dejó un hueco en el parque. Y varias nubes se fueron para no regresar. Y el silencio inundó el aula de música. Y el profesor de filosofía derramó una lágrima sin querer. Y yo, casi sin darme cuenta, imité cada uno de sus gestos para no olvidarle nunca.

1 de mayo de 2014

Una estrella llamada...

La conozco bastante poco, la verdad. Solamente he escuchado hablar de ella por boca de personas que sí la tratan diariamente. Y por el brillo de su mirada en las fotografías. Por esa sonrisa que inunda el cuarto aún estando totalmente a oscuras. Por la fluidez de sus movimientos. Por la perfección de cada paso. Por esa armonía entre sus brazos y sus piernas. Por la admiración en las palabras de su familia cuando hablan de ella. Por la inocencia que trasmite. Por la sencillez que muestra pese a la enorme dificultad que tiene la realización de cada ejercicio. Por el arte hecho niña. Porque me invade una satisfacción tremenda al escucharla reír cuando ejecuta algo realmente complejo con tanta facilidad. A veces el destino, ese que hay personas que dicen que existe, otras comentan que no, que es sólo una falacia para que durmamos mejor por las noches, pone en nuestro camino oportunidades de darnos cuenta a través de gente de lo verdaderamente valioso de la vida. Y es que no siempre nos enseñan los colegios, los libros o los profesores. A veces una pequeña caída, una fotografía, una carta de alguien que nos quiere con todo su ser o una canción puesta en el momento oportuno puede darnos una lección mucho más sabia que tres carreras universitarias. Ese es el caso que me ha pasado a mi con ella. Porque sin apenas saber cómo piensa o cómo vive, ya me ha dado varios consejos. Qué extraño, ¿verdad?. Pero no lo es tanto, Elsa es una niña de doce años que tiene un don. Sí. Un don para la gimnasia. Y ella lo sabe. Pero continúa siendo esa pequeña que sueña con tener sueños. Y aunque a veces sea duro jamás deja de sonreír. Si falla vuelve a levantarse. Es un verdadero ejemplo de superación. De constancia. De lucha. Suspira de vez en cuando. Y cuando se ríe el mundo entero ríe con ella. Porque contagia. Porque cuando la miras comprendes que ese tipo de personas son las que hacen que la vida valga la pena. Porque cuando pones ganas, cuando pones el corazón en lo que haces, es cuando el resto se da cuenta de que las estrellas no están solamente en el cielo. Y aunque posiblemente nunca llegues a leer esto, me apetecía decirte que te admiro. Que me quedo con la boca abierta observando cómo realizas cada movimiento con tanta sutileza sin perder la concentración. Cómo en un cuerpo tan pequeño puede caber tanta sabiduría y tanto amor. Y me siento orgullosa de haber conocido a una estrella llamada Elsa.

30 de abril de 2014

Retales inconexos

Correr. Parar de repente. Algo te frena. No sabes muy bien el qué, pero tu cuerpo se detiene en seco. Nada frente a ti. Inhalas ese humo denso. Lo saboreas. Eliges un café de máquina y bebes sorbo a sorbo. El calor recorre tu cuerpo. El frío roza tus mejillas. Contraste. Sentada al sol. Los rayos traspasan tus pupilas. Un viento leve hace que un escalofrío recorra tu cuerpo. Aturde tus sentidos. Tu mente se distrae con el vuelo divertido de un gorrión. Aves de paso. Rebuscas entre tus cosas y encuentras partículas de recuerdos. Miles de pedazos de momentos ya vividos. Retazos de antes. Sabores ya lejanos. Ruidos de otros tiempos. Rugidos intermitentes turban tu paz interior. Tú que te encontrabas en tu letargo, observando una nada absurda. La tela de sus ropas se confunde con la luz difusa del tibio sol de mediodía. Ese frío sol que nos visita en los días de invierno. Viste alegre para entretenernos y despistar nuestra atención. Mientras otros miran su exterior yo me quedo quieta observando su interior a través de su mirada. Está triste. Tanto como yo. A mí no puede engañarme. Nos conocemos demasiado. Advierte mis ojos en los suyos. Reencuentro. La calidez de sus manos despierta mi cuerpo dormido. Todavía me hace temblar. Hablamos durante unas horas de su vida y de la mía. Hacía demasiado tiempo que no éramos nosotras. Supongo que el bagaje recorrido nos ha enseñado muchas cosas. Crecimiento personal. Enseñanzas varias. Compartir tiempo con un amigo es de ese tipo de cosas que te llenan. No sé el resto de gente, pero a mí me provoca una sensación tan placentera, tan grata. Es sentirme verdaderamente comprendida, escuchada, acompañada. Disfrutar del silencio, de un café bien caliente, de una conversación entre risas, de un cigarro, de una canción, de un baile, de la vida. Un amigo es todo lo que se puede desear para sentirte verdaderamente completo.

27 de abril de 2014

Regresará a casa

Esa complejidad que supone analizarse desde fuera. Darse cuenta como, con la perspectiva del tiempo sigues siendo exactamente la misma persona que antes. Con ciertos matices, pero en esencia idéntica a lo que fuiste. Rebuscando entre mis cosas he encontrado una foto de hace algunos años. Una niña risueña. Con el pelo castaño claro y la mirada más alegre que ahora. Creo que aún no comprendía nada de lo que sería su vida más adelante. Supongo que, por aquel entonces, aquella pequeña Verónica tenía algunos sueños en su mente. Alguna que otra travesura que llevar a cabo a corto plazo. Miles de calles por corretear. Suficientes pesetas para las chuches. Lágrimas contadas y pensamientos que, meses más tarde, se agolparían y la harían sumergirse en la pesadilla que vive. Tiene gracia, esa inocencia de antaño se convirtió en la obsesión por desordenar sus libros y escritos. Por esconderse en su cuarto a llorar en lugar de jugar con las muñecas. Por dejar la cancha huérfana para ocupar un baño. Por cambiar las chuches por ayunos. Por renunciar a la música, a la calle, al bullicio. Verónica cambió el arco iris por una gama de grises. Los vestidos por la ropa ancha. La compañía por la soledad. Y todavía se pregunta qué queda de esa pequeña risueña de la fotografía. Si tal vez un día pueda volver atrás. Si tal vez algún día pueda regresar, desandar el camino y sentarse en ese monumento a la vendimia, sonriente y vivaz, sin el miedo que ahora la inunda. Volverás a casa, pequeña.

25 de abril de 2014

Eres terrenal

Café con leche y algo de nicotina. Periódicos de ayer. Un ordenador abierto con un folio a medio escribir. Suspiros. Frunce el ceño desde su mesa. Entre sus dedos mece un corto cigarro que se va muriendo lentamente. Observa el movimiento de las nubes. Realmente lo mira todo. Es testigo mudo de lo que acontece a su alrededor. Un niño que patina contra el viento. Una mujer que cojea de la pierna derecha. Un hombre que discute por teléfono. Guarda en su retina cada uno de los acontecimientos que la rodean. Los archiva y los plasma. Mientras tanto yo te pienso. Inicio una curiosa conversación interior contigo. De esas que no se dicen con palabras, ese juego de miradas que sólo comprendemos nosotras. Cuando rozamos nuestras manos y las entrelazamos. Cuando reímos por todo. Cuando el tiempo no pesa aunque pase. Cuando somos una en dos. Cuando todo es ese ahora que nos une y nos llena. Pienso en ti y tu dulce calidez. En cómo late tu corazón. En los susurros que lanzo al aire de vez en mes pidiendo que seas feliz. En el momento justo en el que tu nombre apareció en mi vida. En ese escalofrío que provocaste en mi cuerpo un fin de semana cuando apretaba el frío y aún no salía de cuatro paredes. En mi negativa y la verdadera naturaleza del todo que ahora es. En cómo demostrar que no imagino ya un día sin noticias tuyas. En esa química que me produce verte sonreír. Pienso en ti y en que me gustas porque eres terrenal. Porque todo nació sin querer. Porque el azar a veces es sabio. Porque eres ese motivo que me impulsa a querer conseguirlo. Porque eres ese espejo en el que no me importa mirarme. Porque eres la persona con la que todo es más sencillo. Tan pronto como las estrellas de la noche iluminan esta ciudad, mi mirada se inunda con tu recuerdo. Pienso en ti y no puedo evitar eso de saber que, salga o no bien, esto ha sido lo más importante y lo más bonito que me ha pasado.

23 de abril de 2014

Cova

Cova dormía hasta las doce y leía cuentos para niños hasta las cinco de la madrugada. Le gustaba fumar en el tragaluz de la ventana del salón. Cova miraba la luna y hablaba con ella cada noche. Solía contarle los cuentos infantiles que memorizaba siempre. Cova odiaba las tormentas y el café muy dulce. Vestía siempre de oscuro y con la ropa muy ancha. Cova tapaba su cuello por miedo a resfriarse. Vivía en un séptimo sin ascensor y el número cuatro le producía tristeza. Cova no quería hablar con la gente. Le gustaba estar sola y acomodada en su rutina de siempre. Cova viajaba de vez en cuando a un pueblo cercano. Paseaba por el campo a su perro Tango. Era su mejor compañía. Cova perdió a sus padres una primavera. Se esfumaron como las aves migratorias en épocas de frío. Tenía en sus ojos la tristeza de toda una vida. Escuchaba música a medio volumen y se cepillaba el pelo mientras tanto. Amaba a alguien que nunca la quiso. O eso creía la dulce y solitaria Cova. Jamás le preguntó lo que sentía. Escribía mensajes en los muros de la ciudad y firmaba como Tango. Aprendió a bailar vals a los quince, pisándole los pies a una joven de cabellos claros y ojos marrones. Cova no bebía sin antes pintarse los labios. Le encantaba marcar los vasos con la huella de carmín rojo. Le ayudaba a no sentirse sola. Sentada en su sillón verde pistacho mira la televisión sin verla. Cova paseaba a Tango con una correa plateada. Siempre por el lado derecho de las aceras y por el parque central. No le gustaba cambiar su rumbo. Sólo se perdía si sabía que iba a encontrarse con ella. Tocaba la guitarra con la mano izquierda. Acariciaba sus cuerdas con tanta delicadeza que parecía estar rozando un cuerpo. Cova sentía la música y cerraba los ojos mientras cantaba “No puedo enamorarme de ti”. Las letras se le clavaban como dagas en el alma. Pensó que sus brazos eran como el papel y un día decidió cortarlos. Cova saboreó su color favorito recorriendo despacio la yema de sus dedos. El rojo de su sangre escribió el final de su historia. Tango se sentó a esperar caricias que no llegaban. Lamió las heridas de Cova, pero ella no se inmutó. Y sus ladridos no volvieron a escucharse. Y la música dejó de sonar. Y el calendario marcaba un cuatro de Abril de 2004.

20 de abril de 2014

Así

Correr. Música a todo volumen para no escuchar los ruidos de fondo de la multitud que camina a tu alrededor. Cruzar con el semáforo parpadeante en verde. Rojo. Sentir esa adrenalina. Ese nudo en la garganta que entrecorta tu respiración. Tragar saliva. Un segundo y podría haberse esfumado todo. Un coche acelera a un milímetro de ti. El conductor grita enfadado. Sus ojos se clavan en tus pupilas. La culpa no es tuya. Él arrancó antes de que su semáforo se pusiera en verde. Tú cruzaste antes de que el tuyo se pusiera en rojo. El corazón palpita rápido. Muy rápido. Segregas tantas endorfinas que sientes deseos de no dejar de correr en toda la tarde. De pronto te detienes ante un cruce de calles. No sabes muy bien qué ruta debes elegir. La música ha dejado de sonar y el ruido te aturde. Te sientas en la acera. Enciendes uno de esos cigarros que consiguen hacerte evadirte del mundo. Te adentras en su humo y te pierdes entre las hojas de los árboles. Cuentas las baldosas que hay en el suelo. Buscas formas ocultas, enlazas unas líneas con otras hasta conseguir encajar las piezas a ese puzzle que es tu mente. Vives en una encrucijada constante y no tienes idea de cómo salir del laberinto en que te encuentras. Sabes que no saldrá bien y ahí sigues. Sentada viendo cómo el reloj avanza. Convertida en la Penélope que quedó detenida anhelando hallar a su amante en la estación. Pobre infeliz, ¿verdad? Mientras sueñas con dejar tus huellas dactilares en cada uno de sus huecos. Mientras cada rato escribes melodías que llevan su nombre. Mientras fantaseas con casas amuebladas y paseos por el parque. Mientras piensas en las películas que quieres ver en su compañía. Mientras besas cada imagen de tu mente. Es solo la almohada quién te acompaña. Entonces abres los ojos y el semáforo sigue en rojo, y tu móvil suena y es ella, y tu sonrisa se ilumina. Y descubres que la ruta no hay que escogerla, que ya estás en ella, que es la correcta. Porque a veces no es cuestión de tomar una u otra, a veces el corazón nos marca, nosotros simplemente nos dejamos llevar, y sentimos. Y yo no te elegí, yo te sentí, y te siento cada día. Y me encanta así. Y me gusta así. Me gustas así. Te quiero así.

15 de abril de 2014

Complejidad

A menudo reflexionamos sobre nuestra vida. Sobre quiénes somos en realidad y si hemos tomado el camino que esperábamos. Si nuestras decisiones han sido o no las acertadas. Si el porvenir nos concederá la oportunidad de dar lo mejor de nosotros. Si nos equivocamos al no escoger aquella senda que una vez dejamos atrás. Todo. Y lo mejor es que lo hacemos la mayor parte del tiempo. Y nunca pensamos lo mismo que la última vez que observamos nuestro día a día. Es como cuando vemos una película por segunda o tercera vez y siempre encontramos un detalle distinto a la vez anterior en que la vimos. Como si se tratase de una película diferente. Pero no lo es. Nos sentamos frente al televisor ante exactamente la misma trama. Mismos personajes. Misma duración. Lo único que ha cambiado ha sido tu manera de disfrutar de ella. Así funciona todo. Supongo que es lo mágico de este mundo. Ese constante torbellino de ideas que nos fluctuan entre sí y nos hacen virar de mil formas hasta trazar el trayecto correcto. La complejidad del ser humano. La complejidad de la marea que siempre va y viene. Llevando consigo miles de restos cotidianos. Miles de subhistorias que se entrelazan. Miles de leyendas sobre navíos que se perdieron entre sus aguas. Que tal vez naufragaron un atardecer grisáceo donde el cielo amenazaba tormenta. Donde los pescadores madrugan y lanzan sus redes en busca de sustento. Donde las sirenas cantan a Ulises para que regrese. Donde los niños juegan a encontrar tesoros de arena y sal. Donde se maquilla la luna las noches de fiesta. Donde el sol se refleja cuando el verano se acerca. Y así, mirando al mar, aquel anciano solloza recordando su niñez. Cuando corría por la orilla y paseaba a su pequeño caballo de cartón. Cuando lanzaba botellas con mensajes a ningún receptor. Cuando aquella mujer que un día le amó pereció entre sus aguas convertida en ceniza. Cuando derramó una lágrima que se fundió entre las olas. Cuando escribía poemas en la arena y el mar se los robaba. Cuando sus fracasos pesaban menos que sus victorias. Cuando sus errores olían a tabaco de liar. Cuando las cartas aún estaban sobre la mesa. Cuando la eternidad no era tan efímera. Cuando aún había tiempo.

10 de abril de 2014

Al caer la noche

Cuando cae la noche solemos dejar fluir nuestra mente entre los recuerdos. Resulta divertido observar como se forja una historia paralela de todo lo acontecido a lo largo de un día, un minuto, un breve instante, una simple caricia. El apagar la luz, entornar la puerta y sentir como el silencio se apodera del cuarto. Apreciar por fin esa tranquilidad que te transporta a tu tibio rincón, donde apaciblemente puedes por fin rememorar cada detalle. Es ahí cuando me veo dibujando constelaciones en tu espalda. Dibujando ese mundo que no duele. Dibujando con mis dedos garabatos propios de niños que juegan a perderse entre sus propios inventos. Pequeñas tretas que se me ocurre hacer de cuando en cuando. Deslizo mis manos por cada resquicio. Mis ojos se clavan en ti y no dejo de pensar en que podría acostumbrarme a esto. Mis huellas en tus lunares. Y es que a veces nos resulta complicado darnos cuenta de que no todo debe ser como el mundo quiere que sea. Seguir la norma, cumplir todas las reglas. ¿Quién dicta lo que está bien y lo que está mal? Yo solo estoy hablando de sentir, no de etiquetar, no de tratar de encasillar en una definición qué es lo que quiera que sea que comparto. Sólo sé que cuando te miro mis ojos brillan. Que se me escapa una sonrisa cuando escucho tu nombre. Que mi vida me gusta por primera vez. Que la alegría forma parte de cada minuto. Que la primavera ha venido para quedarse. Y que no me importa lo más mínimo lo que piense el mundo. Porque al caer la noche, al cerrar suavemente las ventanas y taparme con la manta, eres tú la persona que espero para que me resguarde del frío. Y a veces, sólo a veces, no es necesario que tenga un nombre, o tal vez sí, tal vez se llame amor.