27 de febrero de 2014

Un jueves cualquiera

Cuando era pequeña solía ir a merendar a casa de mis abuelos. Me sentaba en las rodillas de mi abuelo y jugueteaba con él. Recuerdo que exprimía aquellos instantes. Realmente los disfrutaba, era feliz, aunque durasen poco. Y es que a veces no es cuestión del tiempo, sino con quién lo compartimos. Hoy desperté temprano. Adormecida he observado que el día no era tan brillante como el de ayer, pero no me ha importado demasiado. La ducha de agua tibia me ha transportado a ese sueño en que Verona nos aguardaba. En que la chimenea era testigo de nuestros abrazos infinitos. En que nos reconocíamos con cada caricia. El ferrocarril venía con prisa, también tenía ganas de verte. Las semanas ya no son sinónimo de estrés, ni de agobio, ni de prisa. Ahora son el fiel reflejo de mis ansias por perderme en tu pelo, por rozar tu rostro mientras te resguardas entre mis brazos. Porque ahora los jueves no soy persona hasta que no me das los buenos días. Y es que ya no es cuestión de tiempo, por supuesto que no, se trata de compartirlo con la persona adecuada. Invertir cada microsegundo en ti es crecer. Es madurar. Es un aprendizaje sobre la felicidad, sobre la risa, sobre la ilusión, sobre vivir. Ahora he comprendido que, a veces, sólo a veces, existen personas que logran sacar lo mejor de ti, que incluso consiguen cosas que jamás pensaste. Por eso cada día que paso a tu lado, cada instante, lo atesoro y lo exprimo, porque me regalas un mundo más cercano por el que poder escapar de tanto ruido. Porque soy feliz. Porque aunque pudiese vivir sin ti, no quiero vivir sin ti. Porque te quiero, ¿necesito más motivos?

22 de febrero de 2014

Lo sencillo del arte

Sus manos se balancean y se deslizan entre las cuerdas. Sus piernas se mueven al compás. Su chaqueta roja ilumina la sala. Su cara es el vivo reflejo de la música. Del sentimiento que emana de la guitarra que porta entre sus brazos. Poesía. Arte en estado puro. Todo plasmado en un cuadro en blanco y negro con sólo un toque de color. La chaqueta. Su expresividad se contagia. Incita a sentarse a escuchar su melodía. Desde este sofá no puedo dejar de observarle mientras pienso en ti. En lo que nos gusta esta obra de arte. En tu idea de robarlo y cambiarlo por otro. En todos los besos de los que ha sido testigo. En el búho que, recostado cerca de nosotras, nos susurraba que el tiempo se agotaba y la hora de partir iba acercándose. En el perfecto hueco que ahora te añora entre mi pecho y mi brazo. En lo bien que huele tu pelo. En la suavidad de tu piel. Porque esta tarde tan soleada el camarero me ha mirado extrañado al no verte conmigo. Será que él también te echa de menos. Porque mi café corto en vaso con leche muy caliente echa en falta tu descafeinado con leche de máquina. Porque el humo de mi Brookling anhela al de tu Marlboro Gold. Serán esos pequeños detalles los que consiguen que todo esto merezca realmente la pena. Porque te sientan tan bien los gorros. Porque siempre vistes una sonrisa. Porque cierras los ojos cuando te acaricio la cara. Porque si te miro a los ojos puedo imaginar un viaje donde solo somos dos y el ruido no molesta. Porque es tan sencillo quererte que a veces me da rabia que no te valores como mereces. Porque cada día que pasa disfruto más de tu compañía. Porque puedo compartirlo todo contigo sin miedo. Porque charlar sobre cualquier cosa es tan fácil a tu lado que nunca quiero marcharme. Porque le quitaría la pila a todos los relojes para detener el tiempo y no puedo hacerlo. Por todo lo que estás consiguiendo, mirando este cuadro, es inevitable que no consiga dejar de pensar en ti.

20 de febrero de 2014

Una mañana cualquiera

Enfrentarse a una hoja en blanco a veces puede resultar una aventura compleja. Desde esta habitación iluminada con una ténue luz amarillenta que se difumina y se propaga gracias a una lámpara de plástico blanquecina solamente puedo imaginar y dibujar pensamientos que erosionan entre sí. Curioso. Es un caos constante. Un conjunto de diminutas partículas que se entremezclan y se disipan a lo largo del tiempo, que convergen, que irrumpen, que se agolpan, que frenan, que se aceleran. La tarde se va adormeciendo. El motor de los coches ruge. La calle y su murmullo. La gente y su estrés, su prisa. Procuraré no fumar demasiado hoy, mucha nicotina en pocos minutos. Unos gatos se pelean en la esquina. Dos ancianos los miran con atención desde el banco, cabizbajos. Abatidos por una vida que se apaga lentamente. La frutería cierra sus puertas hasta mañana, suficiente por hoy, fin de la jornada. La tendera sonríe satisfecha por el trabajo bien realizado. Una farola parpadea, la bombilla cansada parece estar llegando al final de su función, pronto fundirá a negro parte de la plaza. El viento atrevido mece un papel arrugado que se pasea entre personas que entran y salen del ferrocarril. Mi mente no consigue calmarse. Y necesito un segundo de tranquilidad. Ese preciso instante en que tu risa y la mía se confunden. En que nadie sabría distinguir entre nuestros cuerpos, entre nuestras manos, entre el latir de nuestros corazones. El susurro infame que te conté mientras el mundo gritaba. La mirada que nos hizo libres una mañana cualquiera en un lugar perdido en medio de la nada. Tu voz calló y la mía dejó de hablar. Y la historia pasó de ser narrada a ser melódicamente tarareada gracias a la música que fluía de lo que sentíamos. Tú y yo. Y nuestras bocas rimaron. Y juntas escribieron la más hermosa de las poesías. Tal vez nadie lo comprenda. Sentir tu aliento cerca del mío. Respirar tu vida mientras respiras por mí. Conmigo. Acariciar tu cuerpo como el que acaricia una guitarra. Sentir ese escalofrío recorriendo mi espalda. Temblar. Y en el patio interior dos amigos charlan sobre el ayer, el mañana. Para nosotras existe el ahora. Este instante. Tu cuerpo. El mío. Dos. Una.

14 de febrero de 2014

A ti

Me envía un mensaje cada mañana. Ni un reproche, ni un ápice de mal humor. Pese a cada palabra mía cargada de rabia, ella me cubre de besos, de cariño. Me calma y me dice que todo saldrá bien, que lo conseguiré y que siempre permanecerá a mi lado. La imagino en la cocina. Preparando café cortado con muy poca leche. Sentada en esa silla tan incómoda, releyendo sus apuntes con calma, pegada al teléfono por si se me ocurre volver a dar noticias, aunque sea otra de mis pataletas. Recuerdo su sonrisa. Es tan guapa. Tan tierna. Tiene en la mirada el cansancio de todos los disgustos que le he dado a lo largo de los años. El cuerpo marcado por las cicatrices de la vida. Las manos desgastadas de trabajar, de limpiar, de escribir cartas y enviarlas a un hospital donde perdí el tiempo, el mío y el suyo. En mi olfato persiste su aroma, huele a aire fresco, a pureza, a amor. Huele a valentía y a serenidad. Huele a lágrimas no derramadas. Huele a impotencia. Huele a espliego y a tomillo. Huele a campo y a cloro barato. Huele a tierra recién labrada. Huele a viña y a olivo. Huele a paz. Huele a madre. Me vienen a la mente todos los besos que le he negado a fuerza de enfados por mis propios errores. Besos que ahora tanto añoro. Abrazos sordos de esos que te resguardan del frío. De esos que curan cualquier mal, por muy grande que sea. Sus palabras, siempre sabias y reconfortantes, nunca atendidas por mis oídos taponados de rencores absurdos, resultan ahora un bálsamo para mis heridas, y me hacen tanta falta que mis lágrimas se apresuran a recordarme lo estúpida que resulto. Desde que era una niña ella veló mis noches. Se recostaba a los pies de mi cama y me acariciaba la frente cuando me dolía el oído. Yo me acurrucaba junto a ella en el sofá. Y le hacía cosquillas en las piernas mientras veíamos la televisión. Paseábamos juntas por la alameda hablando del futuro, del pasado, de los veranos al sol. Siempre dibujaba sonrisas en su rostro para mostrar un mundo más cercano al final de cada día. Ahora pienso en mi madre y en lo injusta que soy. En que todo lo que tengo, cada resquicio de mí es suyo. Mis lunares, La forma arqueada de mis dedos, la boca pequeñita, los ojos marrones, todo. Los valores que me han mantenido a flote me los enseñó ella. Incluso a decir te quiero. Y se lo negué tantas veces... Pero la quiero tanto, tanto, tanto... Con obsesión, sí, mamá. Te quiero con obsesión. Y lamento cada lágrima que derramas en silencio por mí. Ojalá algún día consiga compensar todo el amor desinteresado que me das cada día.

11 de febrero de 2014

No eres como el resto

A menudo nos gusta tener un pequeño lugar en el que poder estar. Ese hueco en el que anidar. Acurrucarnos y cerrar los ojos un breve segundo para frenar ese vendaval interno que nos agota. Y es que a veces, solo a veces, tenemos justo enfrente cosas que no sabemos valorar. Hasta que un día nuestra mente decide darnos una tregua, dejar de pensar y lanzarse a una piscina, ya sea con agua o sin ella, ¿qué más da? Mañana no sé qué pasará, tal vez la clave de la felicidad sea esa, disfrutar de los pequeños detalles que nos regala el hoy, sin camuflarlos con la incertidumbre del porvenir. Tumbada en mi cama he comprendido que entre mi pecho y mi brazo existe un hueco donde acoplaría tu silueta a la perfección. Porque cada vez lo paso mejor contigo y peor sin ti. Y resulta paradójico. Y puede que de vértigo en algunos momento, sí. Tal vez. Pero no importa. Me gustaría que comprendieses que no eres como el resto. Estás construida con una materia diferente. Posiblemente suene como un mero recurso poético de esos que utilizan los escritores frustrados, pero no es así. Eres de esas personas que destacan entre la multitud. De esas que te giras para mirarlas de nuevo, por su belleza, por su manera de caminar mirando hacia el suelo cuando debería observarse en cada escaparate, por su sonrisa siempre triste aunque tan bonita que enamora hasta a los niños, y esos locos bajitos no mienten nunca. Eres tierna, sensible, cariñosa. A veces dudo y pruebo a tocarte delicadamente pues resultas frágil como una pequeña figura nacarada. Estar a tu lado es como un juego infantil, es una aventura diaria, una subida en una montaña rusa, un paso en falso pero seguro, y me gusta. Aprovechas y exprimes cada instante. Consigues secuestrar sonrisas furtivas en momentos críticos. Lloras y ríes, y es tan bello observarte y despertarte con esa cara somnolienta derrochando dulzura, sin un ápice de maldad. Tu inocencia te hace libre, tus gestos te hacen noble, tu presencia hace feliz al resto. Ojalá algún día comprendas que sí, que no eres como el resto, te construyeron con la materia de las estrellas. Por eso brillas con tanta luz.

9 de febrero de 2014

Decir te quiero

Decir te quiero está sobrevalorado en los tiempos que corren. Llevo muchos días observando que prácticamente todo el mundo lo dice como si estuviese diciendo 'hola' o 'cómo te va'. Yo soy de esas personas que suelen decirlo cuando realmente lo sienten. Pues pienso que es algo lo suficientemente importante como para no soltarlo tan a la ligera. A menudo la gente no es consciente del daño que causa alegando esas dos sencillas palabras cuando verdaderamente no las sienten. No basta con escribir un 'tk' o 'tq' al final de una frase, en ocasiones, también hay que demostrar que es cierto. Hay que acompañarlo de un 'buenos días, ¿estás bien?' de un 'te noto triste' o de una mirada cómplice que lo explique todo y ya no sea necesario hablar absolutamente nada pues esté todo dicho. Los gestos pueden explicar muchas más cosas que ocho letras plasmadas en una carta o pronunciadas en una conversación sin demasiado sentido. Hace días que no consigo descansar, aunque sí consiga dormir. Hace días que mi mente te busca y no logra encontrar motivos de peso por los que merezca la pena continuar esperando. Una vez escribí que no me cansaría, y ahora me doy cuenta de que no me quedan fuerzas para seguir aquí. Sentada en tu estación, observando trenes de ida y vuelta que nunca se detienen para que me suba en ellos. Trenes en los que nunca estás tú, con esa sonrisa tan tuya, tan particular, la misma que me hizo volverme loca, invitándome a acompañarte a cualquier sitio al que quisieras ir. Hace ya mucho que en tus palabras siento la lejanía de un extraño. Que siempre soy yo y nunca eres tú. Que ya no hay un nosotras. Que la línea que un día nos cruzó se desdibuja y nos aleja. Y la estación se llena de miles de nadas que impiden que te vea. Y sigo sentada, esperando ese 'algo' que tal vez nunca llegue. Y ya no sé si hago bien o hago mal. Mis pies se mecen al compás. Se acercan a las vías y vislumbran tu silueta, esa que consigue que vibre, la única que verdaderamente me encuentra, pero tu mirada y la mía no se unen. Estamos dirigiéndonos a lugares distintos. Direcciones opuestas. Tú con él, y yo... pienso en ti, en él, en por qué no podemos ser nosotras. Porque nunca fuimos nosotras. Nunca hemos sido dos. Tal vez el error esté ahí. Y me pregunto ahora de qué sirve decir te quiero, aunque se sienta. Y es que puede que no tenga ya fuerzas, ni siquiera esas que quedan en lo más hondo, esas de flaqueza, para decirte que te quiero, que todavía espero, aunque tú no lo sepas, aunque no sientas, aunque no esperes, yo te siento, yo te espero, yo te quiero, aunque no sirva.

4 de febrero de 2014

Viaje interior

No se puede tener todo. A menudo tenemos que tomar decisiones. Pueden gustarnos más o menos, pero hay que hacerlo. ¿Qué debo hacer? Pensar, dejar de hacerlo, lanzarme al abismo, observarlo desde la otra orilla. Lo peor de que no estés es que no sientes mi mirada. Es que no consigo saber qué me dicen tus ojos. Y me ahogo en mi propio llanto, en el amor que no dejaré de tenerte. Porque eres inolvidable. Porque quererte ha sido el reto de mi vida, porque solo con este sentimiento consigo avanzar un paso más. Con cada palabra tuya, aunque sea un simple reproche, una duda. Será que cuando duermo me imagino contigo riendo y cuando estoy despierta te veo reír. Será que cada microsegundo de mi tiempo lleva instalada tu huella dactilar. Será que al despertar miro el móvil por si contestaste anoche, por si dirás algo hoy, y al final lo digo yo solamente para sonreír al ver una respuesta. Porque no soy persona hasta leer tus buenos días, por muy tarde que me los des. Porque solo puedo querer a alguien como tú, es lo único que me apetecería en este momento. Solo contigo puedo ser quien me gusta ser. Dar el paso hacía eso que algunos llaman futuro. Obedecer esa voz que susurra mi corazón y que habla de ti, de nadie más. Pero siento que ahora estás más lejos todavía de lo que ya estás. Hace tiempo que tu imagen viene a mi mente y se desdibuja. Mi pecho se oprime y se tensa de cuando en cuando. Trato de tomar aliento y regreso a ti, siempre vuelvo, será porque sé que te encontraré ahí. En cambio tú no estás, aunque no deje de tenerte presente. Te marchas y te quedas. Y yo no dejo de gritar tu nombre solamente para sentirte aquí, a mi lado, más cerca. Me encantaría gritarte 'Quédate conmigo', pero sé que te irás. Y a veces, solo a veces, lloro en la oscuridad de este cuarto amarillento mientras pienso qué sientes, qué quieres tú, de mi, de esto, qué esperas tal vez de lo que quiera que sea que hemos constuído. Y me siento la persona más idiota del mundo. ¿Qué va a querer? Nada. Viajo a mi interior y el paisaje me transporta a todo lo vivido. Aquella tarde. Fuego. Magia. Lo malo de volar tan alto con una persona es quedarse colgada en las alturas y no conseguir bajar nunca de las nubes. Pensarte. Verte. No verte. Las lágrimas dilatan mis pupilas y me arañan las mejillas. Indefensa en medio de mil puñales que me amenazan. Mientras la luna me insinúa que te perdí y yo no sé si creerla. Y qué más da, si los besos que das, nunca me besaron a mí.