28 de marzo de 2014
Maldice
Maldice el reloj. Y las horas. Y el viento que mueve las hojas de las plantas del patio. Da una calada y tira la ceniza. Suspira. Después continua escribiendo palabras en un cuaderno forrado con la hoja de un periódico antiguo. Se retira el pelo de la cara y vuelve a fijar la vista en sus líneas. Apaga el cigarro con rabia. Como queriendo pagar con él todo el dolor que no expulsa de su interior. Se sube las gafas de pasta marrón mate y se rasca la frente. Maldice el frío que recorre su cuerpo. Y la mesa que cojea. Sube un peldaño y abre la puerta muy despacio. Pide un café solo caliente. Sin azúcar. Vuelve a su asiento y pasa las páginas de un viejo libro. Vigila al resto de clientes que la acompañan sin hacerle compañía. Les analiza desde su esquina. Sus ojos recelosos repasan cada uno de sus detalles. La manera de sorber el té verde de la señora tan elegante de la mesa dos. La risa afónica del chico de negro que viene cada domingo por la tarde a las cinco y pide un agua con gas. El juego de manos de la rubia que habla con sus amigas. Todo. Maldice a todas las personas que vienen cada día. Su felicidad fingida. Sus 'buenas tardes'. Sus 'gracias'. Sus 'por favor'. Sus sonrisas de postín. Maldice su falta de seguridad. Su incapacidad para verse. Su autosabotaje. Enciende un cigarro y acaricia al gato. Calada a calada sonríe. Sin saber por qué. Agacha la cabeza y sus dedos inician una conversación con las hojas de su cuaderno. Maldice sus ausencias. Sus ganas de abrazarla. Maldice el insomnio. Sus pesadillas a medianoche. Sus vaivenes entre las sábanas buscando cobijo. Maldice la falta de sueño. De sueños.
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