21 de marzo de 2014
¿Mi hogar?
Un balcón con vistas a una calle principal. Donde la frutería abre a las ocho y media. Saca una caja de manzanas y otra de naranjas recién importadas. Llenan de color un lugar de tránsito, de prisas y humo. Donde el estanco se satura de personas ansiosas por comprar una cajetilla más, con la esperanza de que tal vez mañana consigan dejar el vicio. Donde las farmacias venden pastillas que inyectan sueños ficticios, que calman dolores momentáneos, que sacian una sed que nuestra mente forja. Donde las droguerías publicitan productos caros y engañosos que hacen fantasear a jóvenes y adultos. Un balcón con vistas a una realidad cada día más teatral. Sentada en mi cama revivo cada recoveco de tu cuerpo. Cada palmo que recorría con mis manos, lento y suave. Suspirando. Agitando mi respiración. Y sonrío. Tres camas vacías en una habitación contigua. Bien hechas. Varios peluches me saludan. Apuntes desordenados. Algunos jabones. Movimiento. Restos de esa cotidianeidad que vamos dejando. Las huellas de nuestra presencia. El resumen de una rutina que cada vez va pesando más en los rostros de ellas. Puede parecer un lugar cualquiera. Pero no lo es. Desde aquí la vida resulta más costosa. Escribir en una agenda cada paso. Cada pequeño cambio. Páginas y páginas de batallas contra pensamientos constantes. Un conflicto interno siempre presente. Tabaco en ceniceros llenos de marcas de un ayer que fue más duro que hoy. La soledad de no estar solo. La distorsión. La comparación constante. La injusta manera de verse a uno mismo con los ojos de la desdicha. El mirar al resto siempre como un ser superior a ti. Sucesivos miedos que nos acechan a las mismas horas. Cerraduras por todas partes. Libertad vigilada. Conversaciones supervisadas. Y a la vista del mundo podría parecer un hogar. Y no lo es. Y sin embargo me gusta estar aquí, porque al final del día siempre encuentras una voz dispuesta a hablarte, un oído dispuesto a escuchar lo que quiera que sea que quieras decir. Puede que no te arropen por la noche, ni te den un beso al despertar, pero la comprensión cuando te acecha el temor por el porvenir significa un paso hacia adelante en la lucha contra una mente amedrentada. Y a veces eso importa más.
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