1 de mayo de 2014
Una estrella llamada...
La conozco bastante poco, la verdad. Solamente he escuchado hablar de ella por boca de personas que sí la tratan diariamente. Y por el brillo de su mirada en las fotografías. Por esa sonrisa que inunda el cuarto aún estando totalmente a oscuras. Por la fluidez de sus movimientos. Por la perfección de cada paso. Por esa armonía entre sus brazos y sus piernas. Por la admiración en las palabras de su familia cuando hablan de ella. Por la inocencia que trasmite. Por la sencillez que muestra pese a la enorme dificultad que tiene la realización de cada ejercicio. Por el arte hecho niña. Porque me invade una satisfacción tremenda al escucharla reír cuando ejecuta algo realmente complejo con tanta facilidad.
A veces el destino, ese que hay personas que dicen que existe, otras comentan que no, que es sólo una falacia para que durmamos mejor por las noches, pone en nuestro camino oportunidades de darnos cuenta a través de gente de lo verdaderamente valioso de la vida. Y es que no siempre nos enseñan los colegios, los libros o los profesores. A veces una pequeña caída, una fotografía, una carta de alguien que nos quiere con todo su ser o una canción puesta en el momento oportuno puede darnos una lección mucho más sabia que tres carreras universitarias. Ese es el caso que me ha pasado a mi con ella. Porque sin apenas saber cómo piensa o cómo vive, ya me ha dado varios consejos.
Qué extraño, ¿verdad?. Pero no lo es tanto, Elsa es una niña de doce años que tiene un don. Sí. Un don para la gimnasia. Y ella lo sabe. Pero continúa siendo esa pequeña que sueña con tener sueños. Y aunque a veces sea duro jamás deja de sonreír. Si falla vuelve a levantarse. Es un verdadero ejemplo de superación. De constancia. De lucha. Suspira de vez en cuando. Y cuando se ríe el mundo entero ríe con ella. Porque contagia. Porque cuando la miras comprendes que ese tipo de personas son las que hacen que la vida valga la pena. Porque cuando pones ganas, cuando pones el corazón en lo que haces, es cuando el resto se da cuenta de que las estrellas no están solamente en el cielo.
Y aunque posiblemente nunca llegues a leer esto, me apetecía decirte que te admiro. Que me quedo con la boca abierta observando cómo realizas cada movimiento con tanta sutileza sin perder la concentración. Cómo en un cuerpo tan pequeño puede caber tanta sabiduría y tanto amor. Y me siento orgullosa de haber conocido a una estrella llamada Elsa.
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