27 de febrero de 2014
Un jueves cualquiera
Cuando era pequeña solía ir a merendar a casa de mis abuelos. Me sentaba en las rodillas de mi abuelo y jugueteaba con él. Recuerdo que exprimía aquellos instantes. Realmente los disfrutaba, era feliz, aunque durasen poco. Y es que a veces no es cuestión del tiempo, sino con quién lo compartimos. Hoy desperté temprano. Adormecida he observado que el día no era tan brillante como el de ayer, pero no me ha importado demasiado. La ducha de agua tibia me ha transportado a ese sueño en que Verona nos aguardaba. En que la chimenea era testigo de nuestros abrazos infinitos. En que nos reconocíamos con cada caricia. El ferrocarril venía con prisa, también tenía ganas de verte. Las semanas ya no son sinónimo de estrés, ni de agobio, ni de prisa. Ahora son el fiel reflejo de mis ansias por perderme en tu pelo, por rozar tu rostro mientras te resguardas entre mis brazos. Porque ahora los jueves no soy persona hasta que no me das los buenos días.
Y es que ya no es cuestión de tiempo, por supuesto que no, se trata de compartirlo con la persona adecuada. Invertir cada microsegundo en ti es crecer. Es madurar. Es un aprendizaje sobre la felicidad, sobre la risa, sobre la ilusión, sobre vivir.
Ahora he comprendido que, a veces, sólo a veces, existen personas que logran sacar lo mejor de ti, que incluso consiguen cosas que jamás pensaste. Por eso cada día que paso a tu lado, cada instante, lo atesoro y lo exprimo, porque me regalas un mundo más cercano por el que poder escapar de tanto ruido. Porque soy feliz. Porque aunque pudiese vivir sin ti, no quiero vivir sin ti. Porque te quiero, ¿necesito más motivos?
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