15 de abril de 2014
Complejidad
A menudo reflexionamos sobre nuestra vida. Sobre quiénes somos en realidad y si hemos tomado el camino que esperábamos. Si nuestras decisiones han sido o no las acertadas. Si el porvenir nos concederá la oportunidad de dar lo mejor de nosotros. Si nos equivocamos al no escoger aquella senda que una vez dejamos atrás. Todo. Y lo mejor es que lo hacemos la mayor parte del tiempo. Y nunca pensamos lo mismo que la última vez que observamos nuestro día a día. Es como cuando vemos una película por segunda o tercera vez y siempre encontramos un detalle distinto a la vez anterior en que la vimos. Como si se tratase de una película diferente. Pero no lo es. Nos sentamos frente al televisor ante exactamente la misma trama. Mismos personajes. Misma duración. Lo único que ha cambiado ha sido tu manera de disfrutar de ella. Así funciona todo. Supongo que es lo mágico de este mundo. Ese constante torbellino de ideas que nos fluctuan entre sí y nos hacen virar de mil formas hasta trazar el trayecto correcto. La complejidad del ser humano. La complejidad de la marea que siempre va y viene. Llevando consigo miles de restos cotidianos. Miles de subhistorias que se entrelazan. Miles de leyendas sobre navíos que se perdieron entre sus aguas. Que tal vez naufragaron un atardecer grisáceo donde el cielo amenazaba tormenta. Donde los pescadores madrugan y lanzan sus redes en busca de sustento. Donde las sirenas cantan a Ulises para que regrese. Donde los niños juegan a encontrar tesoros de arena y sal. Donde se maquilla la luna las noches de fiesta. Donde el sol se refleja cuando el verano se acerca. Y así, mirando al mar, aquel anciano solloza recordando su niñez. Cuando corría por la orilla y paseaba a su pequeño caballo de cartón. Cuando lanzaba botellas con mensajes a ningún receptor. Cuando aquella mujer que un día le amó pereció entre sus aguas convertida en ceniza. Cuando derramó una lágrima que se fundió entre las olas. Cuando escribía poemas en la arena y el mar se los robaba. Cuando sus fracasos pesaban menos que sus victorias. Cuando sus errores olían a tabaco de liar. Cuando las cartas aún estaban sobre la mesa. Cuando la eternidad no era tan efímera. Cuando aún había tiempo.
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