23 de abril de 2014
Cova
Cova dormía hasta las doce y leía cuentos para niños hasta las cinco de la madrugada. Le gustaba fumar en el tragaluz de la ventana del salón. Cova miraba la luna y hablaba con ella cada noche. Solía contarle los cuentos infantiles que memorizaba siempre. Cova odiaba las tormentas y el café muy dulce. Vestía siempre de oscuro y con la ropa muy ancha. Cova tapaba su cuello por miedo a resfriarse. Vivía en un séptimo sin ascensor y el número cuatro le producía tristeza. Cova no quería hablar con la gente. Le gustaba estar sola y acomodada en su rutina de siempre. Cova viajaba de vez en cuando a un pueblo cercano. Paseaba por el campo a su perro Tango. Era su mejor compañía. Cova perdió a sus padres una primavera. Se esfumaron como las aves migratorias en épocas de frío. Tenía en sus ojos la tristeza de toda una vida. Escuchaba música a medio volumen y se cepillaba el pelo mientras tanto. Amaba a alguien que nunca la quiso. O eso creía la dulce y solitaria Cova. Jamás le preguntó lo que sentía. Escribía mensajes en los muros de la ciudad y firmaba como Tango. Aprendió a bailar vals a los quince, pisándole los pies a una joven de cabellos claros y ojos marrones. Cova no bebía sin antes pintarse los labios. Le encantaba marcar los vasos con la huella de carmín rojo. Le ayudaba a no sentirse sola. Sentada en su sillón verde pistacho mira la televisión sin verla. Cova paseaba a Tango con una correa plateada. Siempre por el lado derecho de las aceras y por el parque central. No le gustaba cambiar su rumbo. Sólo se perdía si sabía que iba a encontrarse con ella. Tocaba la guitarra con la mano izquierda. Acariciaba sus cuerdas con tanta delicadeza que parecía estar rozando un cuerpo. Cova sentía la música y cerraba los ojos mientras cantaba “No puedo enamorarme de ti”. Las letras se le clavaban como dagas en el alma. Pensó que sus brazos eran como el papel y un día decidió cortarlos. Cova saboreó su color favorito recorriendo despacio la yema de sus dedos. El rojo de su sangre escribió el final de su historia. Tango se sentó a esperar caricias que no llegaban. Lamió las heridas de Cova, pero ella no se inmutó. Y sus ladridos no volvieron a escucharse. Y la música dejó de sonar. Y el calendario marcaba un cuatro de Abril de 2004.
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