17 de diciembre de 2013

Efímero

Lo efímero de sus palabras. De sus actos. De todo lo que vivo. Últimamente todo es efímero en mis días. Efímero como el humo que se disipa en este aire contaminado. Escucho pasos que se alejan. Tacones que resuenan en mis tímpanos como tambores de tribus perdidas en una selva lejana. Nómada del mundo viajo por las calles. La música me acompaña. Mi mente se transporta. Lenta. Delicada. Suave. Las hojas corretean en círculos mecidas por la brisa. Me pregunto cuánto tiempo llevo caminando como ellas, de forma circular. Vislumbro a lo lejos los raíles del ferrocarril. Mis pulmones se hinchan y se deshinchan al compás. Rugen. Se mueven. Viven. Sigo viva. Maldigo los minutos que paso sin ti. Todos y cada uno de ellos. Maldigo todo este tedio que ahora me oprime. Maldigo este teatro que es mi rutina. Me maldigo. Mi discurso cambia y doy gracias al saber que todo es efímero. Todo se termina. Antes o después. ¿Antes? ¿Después? Memorizo cada parpadeo de tus ojos. Cada gesto. Memorizo cada milésima de segundo. Te memorizo. Aunque no me hace falta hacerlo. Ni siquiera comprendo por qué tatuaste en mí todo de ti, sin yo saberlo, sin tú saberlo. Y ahora no hay forma de sacarlo. No sé cómo sacarte. Tu aroma. No hay manera de dejar de percibirlo. Por muy lejos que estés. ¿Acaso no es eso magia? ¿Qué es sino? Inquieta trato de frenar mis pasos. No sé si es locura. No comprendo muy bien qué es. Tal vez sea amor. Ya no lo sé. Tú. No veo más allá de ti. Lo eclipsas todo. Hasta el frío. Creas un mundo paralelo a este. Más amable. Más cercano. Mejor. Pero no es real. Es una ensoñación. Otra más. Estás en todas partes. En mi realidad y en mi fantasía. Y no quiero que dejes de estarlo. Tal vez eso sea lo peor. Que quiero que seas tú. Que estés tú. Que por primera vez algo no sea efímero.

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