7 de enero de 2014

Siete de enero

Tu cara de cárcel te delata. Sabes que no vas a poder. Intentas mirarte desde dentro. De una forma distinta. Tu rostro se va apagando como el cigarro que sostienes entre tus dedos amarillentos. Fuera un sol de invierno brilla para el resto, para ti hace tiempo que dejó de hacerlo. La suciedad que sientes no se apiada de ti. Ducha de agua tibia. La rutina ya no te sorprende como lo hacía antes. Todo es demasiado trivial. Demasiado. Hace tiempo que dejaste de querer una vida como esta. Hace tiempo que quieres volver a ser lo que fuiste. Masticar la muerte. Perder lentamente esos pedazos de ti. Lo sabes y lo deseas. Pero no quieres decirlo. Sabes que no te queda nada por lo que pelear. Que nada tiene ya sentido. La calle desierta. Subes al coche y sientes el aire azotando la ventanilla. Es lo más parecido a la libertad que ahora disfrutas. Cierras los ojos en busca de ese detalle que te haga sonreír. Escribes notas mentales que te ayuden a continuar. Charlas. Palabras vacías. Sinsentidos. Frente a ti una pared de ladrillo rojizo. La observas. Soga, tizón, soga, tizón. Curioso. Casi todos los edificios siguen una dinámica semejante. La humanidad actúa siempre igual. No cambia. Escribo. Leo. Borro. Punto. Coma. Palabra. Punto. Seguido. Dos puntos. Coma. Puntos suspensivos. Punto final.

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