20 de febrero de 2014

Una mañana cualquiera

Enfrentarse a una hoja en blanco a veces puede resultar una aventura compleja. Desde esta habitación iluminada con una ténue luz amarillenta que se difumina y se propaga gracias a una lámpara de plástico blanquecina solamente puedo imaginar y dibujar pensamientos que erosionan entre sí. Curioso. Es un caos constante. Un conjunto de diminutas partículas que se entremezclan y se disipan a lo largo del tiempo, que convergen, que irrumpen, que se agolpan, que frenan, que se aceleran. La tarde se va adormeciendo. El motor de los coches ruge. La calle y su murmullo. La gente y su estrés, su prisa. Procuraré no fumar demasiado hoy, mucha nicotina en pocos minutos. Unos gatos se pelean en la esquina. Dos ancianos los miran con atención desde el banco, cabizbajos. Abatidos por una vida que se apaga lentamente. La frutería cierra sus puertas hasta mañana, suficiente por hoy, fin de la jornada. La tendera sonríe satisfecha por el trabajo bien realizado. Una farola parpadea, la bombilla cansada parece estar llegando al final de su función, pronto fundirá a negro parte de la plaza. El viento atrevido mece un papel arrugado que se pasea entre personas que entran y salen del ferrocarril. Mi mente no consigue calmarse. Y necesito un segundo de tranquilidad. Ese preciso instante en que tu risa y la mía se confunden. En que nadie sabría distinguir entre nuestros cuerpos, entre nuestras manos, entre el latir de nuestros corazones. El susurro infame que te conté mientras el mundo gritaba. La mirada que nos hizo libres una mañana cualquiera en un lugar perdido en medio de la nada. Tu voz calló y la mía dejó de hablar. Y la historia pasó de ser narrada a ser melódicamente tarareada gracias a la música que fluía de lo que sentíamos. Tú y yo. Y nuestras bocas rimaron. Y juntas escribieron la más hermosa de las poesías. Tal vez nadie lo comprenda. Sentir tu aliento cerca del mío. Respirar tu vida mientras respiras por mí. Conmigo. Acariciar tu cuerpo como el que acaricia una guitarra. Sentir ese escalofrío recorriendo mi espalda. Temblar. Y en el patio interior dos amigos charlan sobre el ayer, el mañana. Para nosotras existe el ahora. Este instante. Tu cuerpo. El mío. Dos. Una.

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