15 de junio de 2014

Diferentes

Le dio un beso en la mejilla. Sonriendo. Solía pensar que cuando besas a alguien y sonríes es porque sientes algo muy fuerte. Y era cierto. No dejó de brillar su mirada mientras se encontraba con la suya. Y eso era realmente bello. Alrededor, un chico joven leía el diario. Noticias turbias y poco esperanzadoras de la actualidad diaria. Sus manos hablaban un lenguaje distinto, como todas las veces que se encontraban. Eran cómplices que nunca terminaban de ser culpables. Jugaban a ser niños que crecieron antes de lo debido. Su historia se fraguó entre viandantes y prisas. Entre árboles deshojados y mares cuyo oleaje siempre regresa al caer la tarde. La ciudad les recibía con un vuelo de palomas. O de aves de paso. No importaba más. El paisaje era lo de menos. Acompasaban sus pasos e intercambiaban sus chaquetas para no sentir la brisa. Al dormir, sus espaldas chocaban una con la otra, hasta trasmitir un calor que podía encender las luces del extrarradio. Víctimas de un reto que les superó. Vivían cerca de las barras de los bares. Cabalgando entre aceras sucias. Limpiando amaneceres con sus dedos. Divagando entre los tejados en la compañía de gatos callejeros trasnochadores. Ponían nombre a las calles de cada pueblo que recorrían. Huyeron del frío y también del calor. Vieron caer a sus amigos y a sus enemigos. Callaron las voces de aquellos que nunca creyeron que podían ser alguien. Niños indefensos. Cogidos de la mano y sonrientes. Pequeños grandes seres diminutos que se vieron obligados a crecer por una sociedad podrida. Tildados y etiquetados. Señalados por gentes cobardes que aún hoy no se atreven a mirar al frente y ser ellos mismos. Juzgados por personas que creen ser superiores a ellos. Que se creen con el derecho de humillar, de machacar a alguien por el mero hecho de no pensar, de no actuar de la misma manera que el resto. Les obligaron a crecer. Y crecieron. Y ahora pasean sin más con la cabeza alta. Sonriendo. Orgullosos de su suerte. De saberse dichosos por lo que son. Sin darle a aquellos que quisieron hundirles la oportunidad de verles derrotados. Sin avergonzarse de ser diferentes. Porque ellos son únicos. Ellos son los que merecen la pena. Ellos son la esencia distinta que marca la diferencia.

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