19 de junio de 2014

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Despertó algo asustada aquella mañana. Miró el reloj y supo que era demasiado tarde. Había perdido ya la oportunidad de coger el primer tren que la llevaría de regreso a casa. Pensó por un instante en todo lo que había vivido allí. La gente que conoció en este tiempo y lo que había crecido. Pero ya no aguantaba más. Supongo que su mente no resistió quedar relegada a segundos planos. Quería ser por una vez la protagonista de su propia historia. Y debía comenzar ahora. Ya. Llenó la maleta de aire y algo más. No sabía muy bien de qué, eso era lo menos importante en estos momentos. Salió a la calle y los rayos de sol cegaron sus ojos por un breve instante. Dudó un rato si marcharse o no, si huir de nuevo. Si tragarse su orgullo o plantarle cara a la vida. Difícil decisión para momentos críticos. Nunca supo enfrentar cuestiones lo suficientemente relevantes en su día a día. Pero había llegado la hora de tomarse en cuenta. De hacerse fotografías a sí misma y admirarlas. De dejar de mirar siempre el paisaje para vislumbrar su yo interno. Y frenó en seco ante el escaparate de la esquina dorsal. Y sonrió a su reflejo y al interior, como queriendo robar al maniquí sus ropas vintage. Entonces se adentró en la tienda y se compró por fin algo pensando en ella. Como jamás pensó que lo haría. Se regaló algo. Por primera vez. Tenía que aprender a quererse y lo sabía. Aprender a valorarse y comprender que merece algo más que ser una pieza de coleccionista. El mundo estaba entre sus dedos. Esperando en hojas en blanco a que ella escribiese todo lo que necesitaba escuchar. Y debía saberlo. A veces sollozaba en el silencio de una luz tenue. Sin que nadie la viese. Maldiciendo su suerte sin saber que había sido ella quién había elegido tenerla. La suerte se elige, pequeña. Y ella decidió ser esa mínima parte pudiendo ser un todo. Estaba en su mano quedarse ahí o marcharse a la estación y coger el tren que la llevase a cualquier otro destino. El problema es que ella solamente quería su tren. Aunque fuese al mismo infierno. Aunque no parase nunca en la estación donde se encontraba. Ella seguía ahí, sentada, jodida y radiante, esperando.

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